Anécdota del Bartender: La chica de Medicina



Limpiando los vasos como cada noche, una persona se sentó en la barra y ordenó un sake para empezar. Entre trago y trago, y entre plática y plática me narró la interesante y muy popular leyenda del hilo rojo:

“Cuenta una leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo invisible. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado a sus dedos, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá. Su dueño es el destino.”

En el otro extremo de la barra, un hombre entre sus treinta se acerca mostrando interés, acercó su vaso de whisky y muy atento escuchó al narrador. Al finalizar la otra persona, este hombre muy emocionado por la leyenda, nos compartió su historia donde nos jura que de alguna extraña manera, el destino le mostró el otro extremo del hilo rojo.

Ella


No recuerdo las fechas en las que estoy regresando en el tiempo dentro de mis memorias. Realmente es porque confundo fechas y no porque sea viejo o tenga alguna enfermedad que me haga olvidar. Simplemente, sólo recuerdo los momentos que viví y el orden en el que fueron vividos. Sin embargo, a todo el que me escucha, normalmente ubican desde el año hasta la fecha aproximada de lo que estoy hablando, siempre y cuando dichas personas hayan estado conmigo en el aquel momento. Para el colmo de esta historia, ninguno de ellos fue partícipe de lo que estoy intentando narrar, lo que hace esta anécdota, totalmente mía.

No recuerdo el año pero lo que sí les aseguro, es que estaba en el primer semestre de la universidad. Así es, era todo un chaval que, según mis matemáticas inexactas, la mayoría de edad aún no la cumplía. Mi aula se encontraba en el edificio “C” con el letrero “C-104”. Ahí conocí a muchísimas personas, entre maestros y compañeros, pero sólo algunos se convirtieron en mis amigos más cercanos y hermanos de innumerables aventuras.

Como buenos chavales, al terminar cada clase, acostumbramos a salir del aula a esperar al siguiente maestro, siempre con la esperanza de tener hora muerta y poder aprovechar el rato platicando o admirando el paisaje, incluyendo a las chicas universitarias. Después de todo, el nivel y belleza de las mujeres aumentó gradualmente de un año para el otro, aún no creía que ya era universitario.

Un día, como cualquier otro, nuestros vecinos de otra carrera universitaria, cruzaron entre nosotros para poder llegar a su aula “C-101”, la cual se encontraba hasta el final del pasillo. El desfile de las batas blancas que los caracterizaba, nos permitía ubicar a los alumnos de Medicina. No había alumno de Medicina que no usara su bata, reglamentaria sólo para ellos además de su pantalón blanco. Contrario a los demás alumnos de las diferentes carreras, ellos eran los únicos que tenían que cumplir con un uniforme, los demás podíamos ir vestidos como nos diera la gana ese día. Así que aquella interrupción de la caravana blanca nos era de lo más normal, pero aquel día, ella lo cambió todo.

Tantas veces que los futuros médicos cruzaban entre nosotros y jamás me había percatado de hermosa mujer que desfilaba con ellos. La mujer más bella de todas de aquel blanco grupo; alta, delgada con lindos atributos femeninos, una hermosa piel blanca con un salpicado de pecas perfectamente en desorden que contrastaba sus negros ojos perlados y su bruno cabello recogido por una coleta dejaba asomar un cuello exquisito con un camino descendente curvilíneo y sensual. En pocas palabras, me enamoré de la chica de medicina. Para mejorar mi día, exactamente ese momento, ella notó mi mirada y nos compartimos una tímida sonrisa que rápidamente nos hizo cambiar la dirección de nuestros ojos pero así como los desviamos, tratamos de recuperar el tiempo perdido para volver a buscar nuestras miradas. A partir de este día, les confieso que, muchas veces teníamos éxito y repetimos el proceso hasta que nuestros ojos dejaban de encontrarse y cada quien, seguía con el día a día.

Recuerdo que una vez la hice reír. ¡Mi primer gran logro!. Fue la mejor y más sincera risa que alguna vez provoqué yo en alguien. La situación fue algo extraña e irreal ahora que lo recuerdo, pues una conocida de mis compañeros se acercó a mí mientras salía de mi salón. Ella iba acompañada de la chica de medicina y mis nervios de inmediato se apoderaron de mi interior, jamás había interactuado con ella, ni siquiera intercambiado un simple hola ni un mínimo saludo, solamente las sonrisas tímidas eran la base de nuestra inexistente relación. Así que tenía a dos chicas frente a mi. Cabe mencionar y hacer una aclaración a mi persona de aquellos días, y tal vez un poco de mis días actuales. Yo siempre he sido una persona muy seria, pero ya que me llegas a conocer un poco, mi ser introvertido se convierte un poco extrovertido. Ahora, especificando, nunca he sabido cómo hablarle a una chica guapa sin parecer un retrasado, misma razón que justifica mi cero talento para ligar y/o coquetear; no obstante, sí he tenido relaciones pero he durado años (matemáticas inexactas) sin estar dentro de ninguna relación sentimental o sexual con alguna fémina. Pues, regresando a la situación, dicha conocida me realiza una pregunta.

─¡Hola! ¿Ubicas al Ratón? ─Preguntó directo y sin escalas. La chica de medicina sólo escuchaba y nos observaba. Mi reacción a su pregunta fue asentar sin decir ni una palabra y abrí la puerta que justo acababa de cerrar y señalar a mi compañero el Ratón. La chica de medicina rió y yo fui feliz.

En una ocasión, en nuestra espera ritualística afuera de nuestro salón, ella cruzó entre nosotros, disculpándose por interrumpirnos. Su caminar apresurado hizo que prácticamente caminar muy pegada a mi lo que ocasionó que nuestros pies chocasen y ella terminase tropezando por mi culpa. Mi primer reflejo felino fue mover mis brazos hacia ella y tratar evitar que se cayera, cosa que no pasó porque sólo fue un tropiezo muy suave, lo segundo fue que me disculpé, moví el pie y quedarme callado por el resto del día. No por la culpa, pero tampoco malinterpreten, no lo hice con aquella intención. Tan sólo fue un lindo accidente que me permitió estar muy cerca de ella, a lo que la chica de medicina sólo sonrojó y pidió disculpas también y siguió su camino.

Mi verdadero logro, y lo presumo a todos los vientos pues no sólo gané lo más preciado que una persona pueda tener, sino también el respeto de mis compañeros hombres de mi clase y una satisfacción de victoria que duró por poco tiempo.

Estábamos todavía en clase, un último ejercicio del profesor para hacer divertido el momento, después de todo los exámenes habían terminado y sólo faltaban las calificaciones finales de cada materia. Así que un rato riendo con los compañeros era justo y necesario. La actividad constaba de conseguir la firma de la persona que uno creía que cumplía con el perfil. Por ejemplo, en un recuadro decía “Firma de la persona que consideres buen amigo”, entonces, ibas con dicha persona y le pedías que firmase. Aquí lo interesante fue que el profesor nos dio permiso de que cualquier persona podía firmar y dio la coincidencia que en la hoja del ejercicio existía el recuadro “Persona que consideres atractiva” y como si el destino dijera, al asomarme al pasillo y mirar hacia el aula de la chica de medicina, ella estaba afuera con dos de sus compañeros. Rápidamente conseguí las firmas que necesitaba, exceptuando la que la chica de medicina tendría que firmar, en eso escuché:

─Hay una chica de medicina muy bonita allá afuera ─alguien dijo─. Creo que iré a que me firme justo el que dice “Persona que consideres atractiva”. ─Justo volteé a la dirección de mi compañero y mi emoción se apoderó de mí y le contesté.
─Yo lo hago. ─Apreté un poco más fuerte la hoja y salí del salón. De reojo alcancé a ver que varios compañeros salieron al pasillo para comprobar mi valor. Y así fue, me acerqué y respiré hondo hasta llegar con ella. Estaban platicando y carraspeé un poco mi garganta. Todos me miraron y hablé sin dejar de verla.

─Hola chicos, necesito su ayuda para terminar de llenar esta hoja, sólo necesito una firma y que lean lo que están firmando, es para una clase ─dije sin detenerme─. ¡Tú! ─señalándola─ ¿Me podrías escribir tu nombre y firmar justo aquí por favor? ─Señalé la parte deseada. Me miró y tomó la hoja y la pluma. Leyó la parte y escribió su nombre seguido de su firma. Le agradecí con entusiasmo y me sonrió. Me di la vuelta y caminé seguro de mí mismo donde comprobé que todos mis compañeros estaban fuera del aula, viéndome regresar con el pecho salido, orgulloso de lo que logré, de lo que conseguí. Mis compañeros esperaron a que entrara al salón y luego me siguieron en silencio, cerraron la puerta y la ovación empezó. Gritos de emoción y victoria se apoderaron del salón, abrazos, golpes amistosos hacia mi persona y mi compañero que lanzó el reto (que me impuse) se acercó a mí y me felicitó. La felicidad no cabía dentro de mí, no por la ovación y por mis cinco minutos de popularidad, sino porque al tomar la hoja y leer lo que a puño y letra ella escribió, la chica de medicina por fin tenía nombre: Gys.

¿Recuerdan que mencioné que dicha satisfacción duró poco? Algunos días después de mi gran victoria, me encontraba caminando por las jardineras de mi universidad, caminaba hacia la entrada principal pues el último día de clases, mi primer semestre universitario había llegado a su fin. Ahí iba, escuchando la banda sonora de mi vida. Alcé la mirada y ella venía caminando en la dirección contraria a mi. Alzó su mirada como si me hubiera sentido, nos miramos directamente a los ojos y nos sonreímos por última vez. Esa última sonrisa me hizo decidir que el siguiente semestre por fin le hablaría.

Las vacaciones llegaron a su fin, un nuevo semestre dio inicio y nueva carne de cañón y novatos ingresaron en lo que apenas el ciclo pasado, fue mi aula. Aunque seguía en el mismo edificio y los alumnos de medicina que estaban al fondo sólo se movieron a un salón más cercano. Todo parecía igual, sólo que ella jamás regresó.

Síncope


Pasaron años, no aseguro cuántos pero sé que fueron bastantes. Me encuentro muy lejos de dónde inicié narrando mi historia de bar. Después de tanto tiempo, mi carrera ha dado frutos y me permite viajar muchas veces al año por todo mi país, así puedo vivir en carne propia las maravillas que la historia y cultura de mi gente ha hecho a lo largo de los años y que aún se mantiene y cómo han ido evolucionando; escribo, retrato y lo publico en una revista, eso es lo que hago. Pero lo que viví en una plaza pública en una ciudad del norte, es algo que jamás creí que sucedería, jamás de los jamases ni pensando en lo piadoso o cruel que el destino podría llegar a ser.

Estaba nublado, amo los días nublados pues el sol y el calor en general me molestan. Justo en el norte, donde el calor es seco, el sol quema más y los días nublados para mí son una bendición del universo. La plaza pública tenía unas bancas con internet Wi-Fi gratuito y justamente acababa de regresar de un tour a un pueblo cercano de la ciudad así que estaba terminando de retocar digitalmente las fotografías que retraté y transcribiendo mis audios en texto, para una mejor y más completa redacción, no quería que nada se me pasara en mis viajes y aventuras. A pesar de la alta probabilidad de lluvia que el meteorólogo pronosticó en el canal de las noticias locales, las nubes me decepcionaron cuando decidieron despejar el cielo mostrando un sol norteño sin piedad. Tuve que buscar una sombra más fresca, pues la sombrilla donde me refugié de la resolana, ya no fue suficiente. Miré el reloj, pasaban de las dos de la tarde, justo buen pretexto para buscar algo delicioso para comer. Guardé mis cosas y al levantarme de mi asiento sentí un impacto de costado que me desestabilizó; sin embargo, no fue lo suficiente fuerte para tumbarme, incluso mis reflejos trataron de encontrar una mano y jalar a la persona que chocó contra mi, para evitar su caída. Mi mano encontró una mano y efectivamente mi plan funcionó y evité un golpe innecesario a la otra persona. Mi mirada estaba centrada a mi mano que sostuvo el peso de ambos cuerpos.

─¡Lo siento, lo siento! ¡No te vi! Una disculpa, por favor. ─Una voz femenina ofrecía la disculpa sin soltarme la mano, tratando de no tirarme.
─No te preocupes ─seguía sin voltear a verla─. La verdad no estuvo muy fuerte el choque, sólo espero no haberte lastimado. ─Moví mis pies, cuidando no tropezarme y la vi.

Gys tenía los ojos muy abiertos, su asombro no cabía en esos ojos perlados que tanto eché de menos y que aún en día, sigo soñando con ellos. Tenía el cabello lacio dejando su rostro descubierto, usaba una blusa azul rey que revelaba su hermoso cuello blanco y el camino descendente curvilíneo y sensual. Traía una falda que cubría su delgadez y sus bellos atributos femeninos y un par de zapatillas negras, las cuales contrastaban perfectamente su piel blanca. Definitivo, era ella.

Miramos nuestras manos, que aún no soltábamos y al percatarnos de ello, nos ruborizamos y ofrecí ahora la disculpa.

─Al contrario, te agradezco por no dejarme caer. ─Me sonrió como lo hacía antes.
─Igual, agradezco que me hayas alcanzado a agarrar. ─Le regresé la sonrisa. Ese momento se sentía, como un sueño, demasiado irreal.
─¡Oye..! ─dijimos al unísono─. Lo siento… ─nuevamente. Reímos como si fuéramos viejos amigos.
─Adelante, tú primero. ─le dije con una sonrisa tímida y un tono tratando de mantener el nerviosismo calmado. Me sonrió y continuó.
─Gracias, muy amable ─dijo─. Tal vez… ─se detuvo un poco, como queriendo reformular su pregunta una vez más─. Tal vez no me recuerdas pero estuvimos en primer semestre de la universidad juntos. ¡No juntos, juntos! ¡Entramos al mismo tiempo! ─Se puso nerviosa. Yo me reí poquito y complementé.
─Claro que te recuerdo, Gys. Me firmaste un papel que necesitaba completar para una tonta clase. Lo que no creo que sepas, es mi…
─¡Sí, conozco tu nombre! ─Terminó mi oración emocionada.
─Esto es interesante ─por fin dije─. ¿Cómo es que lo sabes si ni siquiera nos hablamos mucho en aquel tiempo? Solamente…
─Jugamos con nuestras miradas ─agregó─. Una compañera tuya me lo dijo, yo… ─reformuló nuevamente─. Me parecías una persona bastante interesante y quise conocerte, pero después, mis padres me pidieron regresar a mi ciudad, así que pedí la transferencia de campus. Justamente el último día que nos vimos, iba regresando con el…
─Papel de aceptación del cambio de campus. ─Agregué de manera automática.
─Sí, así fue. ─afirmó de manera nostálgica.

Nuestro encuentro fue interrumpido de manera inusual, chusca. Nuestros estómagos reclamaron alimento y de inmediato a mi cerebro se le ocurrió la maravillosa idea. Pero, mi chica de medicina iba un paso adelante de mi.

─¿Te gustaría ir a comer conmigo? Justo iba hacia aquella plaza cuando choqué contra ti. Creo que sería lindo actualizarnos, ¿cuánto tiempo ha pasado? ─Hizo una mueca pensativa, como si estuviera viendo en vivo todos los años que han pasado.
─Acepto tu invitación, también me dirigía a comer. ─Dije felizmente, esta sería una oportunidad de recuperar un poco el tiempo, y por supuesto, estar finalmente con ella después de todos estos años.

Sonreímos y nos dirigimos a la plaza comercial cercana. Ahí dentro, existían algunos restaurantes de categoría media y, nunca podían faltar, los puestos de comida rápida. Ella me mencionó que para no distraernos con nada, debíamos ingresar a unos de los restaurantes alejados de la zona de comida rápida. Acepté gustoso, por supuesto que no quería distracción, sólo quería escuchar su voz y ya.

Coincidimos con nuestra lombriz interna y entramos a un restaurante de comida italiana. Nos recibió la anfitriona del lugar, una joven vestida de rojo nos llevó a nuestra mesa, una cabina para ser más exactos. La luz era tenue, y el clima definitivo ahogó el calor norteño y lo convirtió en una atmósfera refrescante para los dos. Gys sugirió ordenar un vino y entre broma y broma brindamos con un exquisito vino tinto cabernet sauvignon, la felicidad y la coincidencia de volver a vernos.

Ordenamos un carpaccio de salmón, en lo que esperábamos los platos fuertes. Ella ordenó unos ravioles de espinacas y ricotta, muy deliciosos por cierto, y yo le compartí de mi lasagna de berenjena. Si, cualquier persona que nos hubiera visto en aquel momento, habría deducido que éramos los mejores amigos, o en la mejor de sus deducciones, una pareja feliz. Es que sin duda, nuestro pasado que compartimos fue suficiente para ponernos ahí, juntos a los dos sin necesidad de volver a empezar. Nuestra corta historia fue como si la vida simplemente hubiera puesto “pausa” a nuestra historia, mientras individualmente crecimos, vivimos, hicimos historia para cuando  la vida decidiera volver a “reproducir” nuestra historia, tuviéramos muchísimo por compartir. ¡Así se sentía ese momento! Sólo que, a veces, la vida decide que tenemos que seguir adelante y no perdernos en los recuerdos.

Me platicó de todo. Amigos, ex novios, momentos embarazosos en su ciudad, su decisión para su especialidad y la gran experiencia de mudarse para realizar su pasantía, a lado de su actual pareja. Esa parte me rompió por dentro, incluso ella sabía que sacarlo al tema, podría incomodar nuestro gran momento. No dejé que lo hiciera, a pesar de las ilusiones rotas, que siendo sincero yo me imaginé muchísimas cosas pero igual sabía que alguno de los dos tenía que seguir adelante. Hasta ese momento, ambos lo hicimos. Ahora ella es una Médico especialista en Oftalmología, justamente regresó al norte por sus documentos donde indican que realizó su pasantía aquí en la ciudad y está comprometida con su pareja desde hace 2 años. Aún no tienen fecha de boda asignada, después de todo ambos son médicos (él es anestesiólogo) y la vida de los doctores siempre es muy agitada.

Yo le platiqué todo, fui sincero y no guardé nada. Amigos, ex novias, momentos embarazosos, decisiones las cuales me arrepentí y las oportunidades únicas de la vida, como la que me llevó a esa cabina. Le platiqué de mi actual trabajo, el fotógrafo aventurero que escribe sus anécdotas en una revista del país. Le mostré algunos ejemplos y ella los leyó curiosa y emocionada, compartimos los lugares que hemos visitados en los últimos, diez años. Diez años, desde que hizo su mueca curiosa hasta ese momento, pudimos responder la pregunta formulada antes de saciar nuestra hambre. Ella preguntó si tenía pareja actual, a lo que respondí con un “no” sincero.

─Mi última relación fue larga, duró un par de años (según yo), historia feliz al principio, como todas inician, momentos felices e infelices en medio e historia triste al final. De hecho, todas han sido así. ─Reí un poco, para evitar ponernos tristes.
─Simplemente no has encontrado a ese alguien. Tal vez lo encuentres en cuanto menos lo notes. ─Agregó, seria pero sin regañar o algo por el estilo.
─Hace diez años lo sentí así ─dije, sin chistar y sin pensar─. Lo siento, tal vez no debí decirlo así. ─Agregué rápido y un poco nervioso.
─Sí, así fue ─agregó igual de directo que yo lo hice ─. Pero sin duda, avanzamos en nuestras vidas, ¿verdad? ─rió un poco, nostalgia abundaba en sus palabras─. ¿Qué esperábamos del uno y del otro? ─Finalmente preguntó lo mismo que me estaba carcomiendo. La miré un rato, luego desvié mi mirada y el mesero se acercó.
─¿Algo más que deseen, señores? ─preguntó.
─Creo que a esta plática le vendría bien algo rico para terminarla. ¿Te gusta el tiramisú? ─Pregunté y ella sonrió asintiendo
─Un tiramisú será entonces. ─El mesero nos rellenó nuestras copas y se fue.

Nos quedamos callados hasta que el postre llegó a la mesa. Agarramos nuestros cubiertos y le ofrecí el primer bocado. Agradeció y tomé mi cuchara, partí un pedazo del postre y se lo acerqué. Ella quedó anonadada y se sonrojó un poco, pues, no esperaba esta acción de mi parte. Abrió la boca y lo comió. Su rostro ruborizado se transformó en un rostro satisfecho y contenta me dijo:
─¡Está buenísimo! ¿Ya lo habías probado? ─Preguntó ansiosa.
─Sí, no en esta ciudad exactamente pero en tu ciudad lo probé alguna vez hace un par de años que la visité. Es mi favorito. ─Agregué finalmente metiendo un bocado en mi boca.

Comimos un poco, disfrutamos el postre que nos cayó dulcemente perfecto ante la pregunta que formuló hace apenas unos minutos. Cuando el tiramisú fue devorado, por fin contesté.

─Creo que esperaba muchísimas cosas, sin duda alguna te deseaba para mi y nadie más. No es secreto que desde que te vi por primera vez, me encantaste y me fascinaste tanto que cada día que te veía, mi día era feliz. Esperaba poder hablarte, deshacerme de mi timidez y de mi miedo a regarla y poder hablarte, conocerte, poder llegar a esto ─señalé a la cabina y los restos del tiramisú sobre la mesa─. Juntos. Sé que es tonto todo lo que te estoy diciendo pero, me esperaba una vida contigo. Y más tonto sonará lo siguiente pero te amo y no sé porqué. Te amo, o por lo menos amo todo lo que me imaginé contigo.

Ella se quedó callada, viéndome pero sin mencionar ni una palabra. Pero cuando solté lo último, sus ojos se llenaron de lágrimas pero las contuvo para poder decir su parte sin sollozar.

─Esperaba poder hablarte como mínimo. Conocer el sagrado nombre del hombre que me robó el aliento en cuanto lo vi. Deseaba poder platicar, convivir, ser amigos mínimo y si el destino lo permitía, compartir nuestros caminos ─contuvo aún más sus lágrimas pero continuó─. Mi vida se iluminaba al verte, eras mi razón de levantarme y llegar temprano a mis clases, para verte afuera de tu aula mientras esperabas tu siguiente clase. Perdón pero también te amo y no sé porqué. Apenas nos conocimos, oficialmente, hoy fue la primera vez después de diez años que pudimos iniciar una conversación, finalmente conocernos y podernos decir “Hola” ─se limpió sus lágrimas y sollozando repitió─. ¡Hola, es un placer conocerte nuevamente! ─Continuó sollozando y me miró feliz, tranquila. Se quitó un gran peso de encima. Ella lo pudo controlar mejor que yo, pues mis lágrimas salieron sin permiso y ya corrían por mi mejilla.

Pedimos la cuenta, después de recuperar la compostura y de calmarnos un poco. Ofreció una disculpa y yo agradecí por no guardarse nada. Sonrió y nos fuimos de ahí.

Caminamos un poco por la plaza; reíamos, sonreíamos, nos estábamos divirtiendo. Ella miró su reloj y ambos supimos lo peor.

Destino

Como buen caballero, me ofrecí a acompañarla a su hotel. Para nuestra sorpresa, el hotel quedaba a unas cuantas manzanas de la plaza comercial donde nos encontrábamos. Nuestro paso era lento, no queríamos llegar a nuestro destino final, pero era inevitable así que tarde pero seguro, llegamos a su hotel.

Caminé junto a ella hasta la entrada del vestíbulo. Desaceleré el paso y ella siguió hasta que sintió que me quedé atrás. Volteó a verme y me regaló lo que probablemente sería su última sonrisa, justo como hace diez años. Nos vimos a los ojos y volvimos a jugar como aquellos tiempos, hasta que ella rió primero y reí también.

─Bueno, mañana tengo que madrugar para alcanzar un vuelo. Agradezco la compañía, realmente agradezco por un día tan diferente como el de hoy. Inesperado. ─Agregó con un poco de tristeza. Ambos sabíamos lo que seguía y el estar ahí nos entristecimos un poco y se notaba en nuestra voz y en nuestra mirada.
─Sí, así es ─asentí─. Inesperado pero bastante bueno. ─Agregué finalmente. Ella sacó la llave de su habitación y jugueteó un poco con ella. Yo sólo la miré, me llené de ella con la vista y quise recordarla para siempre justo como estaba. Ella alzó la mirada y sonrojada me preguntó:
─¿Qué tanto miras, guapo? ─Preguntó divertida.
─A ti, eres muy bonita y justo así te quiero recordar ─coqueteé un poco─. La verdad, no sé hasta cuándo te volveré a ver.
─Puedes llamarme cuando vayas a la ciudad. ─Dijo mientras sacaba su tarjeta y me la ofreció. Felizmente la acepté y la leí: “Gys G. S. Médico Oftalmólogo”. Saqué mi cartera y la guardé. Al hacerlo, recordé que cargaba con mis propias tarjetas de presentación y le ofrecí la mía.
─¡Vaya! Ahora por fin estaremos en contacto. ─Dijo mientras guardaba feliz mi tarjeta en su bolsa. Se acercó un poco a mi, seguía jugueteando con su llave. Me acerqué un poco a ella y por fin dije:

─Gracias, Gys. ─Me acerqué un poco más, el tenerla nuevamente así de cerca me hizo pensar en ideas atrevidas y tontas. En lugar de eso, la abracé y le di un beso en la mejilla. Ella me abrazó también, un abrazo fuerte, de esos que te impregnas de la persona que cuando la sueltas, aún la sientes ahí entre tus brazos. No sé cuánto tiempo duramos abrazados pero por fin nos separamos. Me di la vuelta y caminé un poco para girar y verla correr hacia mi. La recibí entre mis brazos y no me soltó, acercó sus labios a mi oído y me susurró:

─Te amo, no lo olvides. ─Se alejó y nuestras miradas jamás quedaron tan cerca. Su aliento se combinaba con el mío, prácticamente nuestros labios estaban rozando tan sólo el borde y pidiendo a gritos lo que tanto anhelábamos, sólo necesitábamos encontrar el valor para aventurarnos y satisfacer un claro deseo que ardía en nuestra boca.
─Te amo. ─Finalmente contesté y nuestros labios por fin se fundieron después de tanto tiempo.

Sólo la luna y las estrellas saben cuánto tiempo duramos en ese beso, tal vez fueron segundos o tal vez fueron horas. Pero cuando por fin nuestros labios se saciaron del uno y del otro, ella caminó sin voltear hacia su destino. Y sí que el destino es grande, esperé a perderla de vista y calculé lo que podía faltar a que llegase al elevador. Saqué mi llave con el 3104 grabado, esperé a que pasaran unos cuantos minutos y caminé al vestíbulo.

Llegué al elevador pero el rastro de ella lo perdí, presioné el botón y esperé. Las puertas se abrieron, subí y presioné el botón con el número tres. Llegué a mi piso y eventualmente a mi habitación. Tan sólo entré y me desnudé en el baño.

Al pasar los minutos, salí de la necesitada ducha y decidí ahogar mis penas en el bar. Me vestí acorde a la etiqueta del bar y bajé. Me acerqué a la barra y ordené un whisky doble. El bartender, acató el pedido y fue a traerme la botella de su elección. Asentí sin sorprenderme y me sirvió, tomé el vaso y acerqué mis labios al borde del vidrio, iba por mi primer sorbo cuando una voz familiar ordenó un tequila con limón y sal. Sentí que la dueña de esa voz se sentó a mi lado y se dirigió hacia mi.

─¿Ahogando las penas? ─Preguntó directamente. La miré y me sonrió.
─Un poco, sí. ─Contesté sin reacción alguna.
─Pareces, triste y dubitativo con ese vaso. ─Señaló muy oportuna. El bartender le acercó el tequila acompañado de sal y limón.
─Sí, estoy pensando en si quiero inundar mi paladar con el sabor amargo de un whisky después de tan dulce néctar probé anterior a esto. ─Ella se detuvo justo antes de dar el trago a su tequila y lo dejó sobre la barra. Escuché su respiración, ansiosa con un ritmo que cualquiera que lo escuchase, sabría que es cuando uno está por tomar una decisión importante.
─Tienes razón. ¿Cómo pude caer en esta tentación si a mi lado tengo el proveedor de ese néctar que tanto adoré? ─Posó su mano en mi hombro derecho y me susurró al oído ─. 3101, dejaré abierto. ─Se levantó, dejó dinero en la barra y se fue.

Coloqué el dinero pagando mi trago sin beber y fui tras ella. La alcancé en el elevador y fue tal su sorpresa al verme que corrí para volver a besar esos labios rojos tan deliciosos. La besé mientras el elevador nos llevaba a su habitación. Caminamos, ansiosos que casi corríamos. Abrió la puerta de su habitación y entramos como desesperados.

En ese momento noté lo hermosa que se había arreglado, acorde a la etiqueta del bar. Usaba un hermoso vestido negro con detalles morados, usaba unas zapatillas oscuras, estas eran abiertas que dejaban ver las uñas de sus níveos dedos del pie finamente pintadas con un color púrpura oscuro, que hacían juego con los detalles de su vestido. Llevaba el pelo suelto, perfectamente cepillado hacia la izquierda y en su cuello, un collar con un dije con forma de un ojo plateado. Cerré la puerta y nos quedamos mirando, emocionados por lo que nuestro instinto sabía que pasaría. Me acerqué a ella y con temor de arruinar el momento, apenas abrí los labios y con su índice me silenció:

─¡Chsss! ─indicó suavemente─. Sin preocupaciones, sin limitantes ni culpas. Quiero que esta noche sea sólamente para nosotros. ─Apenas terminó de decirlo que nuestros labios volvieron a bailar.

Nos dejamos llevar por la pasión y el momento, nuestros cuerpos sabían exactamente lo que buscábamos. Nuestras manos, sin indicación alguna y guiándose sólo con el tacto de nuestras yemas, fuimos buscando los botones y cierres para poder desprendernos de aquella segunda piel que nos estorbaba con locura. Terminé de desprenderle su vestido y demás prendas que restaban. La recosté sobre la cama y la seguí besando, con amor. En ese momento, me di el lujo de hacer una pausa y poder admirar la belleza corporal que yacía recostada frente a mi. No sólo su rostro estaba estrellado de pecas; sus pechos redondos y blancos con un centro rosado también tenían tapiz salpicado de pequeñas motas de diversas tonalidades. Mi boca se apoderó de ellas y empecé a besar cada una que encontré. Mis manos siguieron el recorrido descendente, desde sus caderas voluptuosas hasta el grosor de sus piernas blancas, acaricié y me llené de la suavidad de su cuerpo. Ella sólo gemía y se dejó llevar, ambos lo hicimos y sin darnos cuenta del tiempo, ella se apoderó de mi cuerpo y juntos danzamos en un excitante vaivén de caderas. El éxtasis se apoderó de nosotros y nos abrazamos fuerte, hasta llenarnos del uno y del otro. Dormimos satisfechos, no sólo por haber hecho el amor sino porque muy adentro de nosotros cumplimos una fantasía que nació hace diez años cuando nuestras miradas coincidieron por primera vez.

Adiós

La alarma sonó e hice un enorme esfuerzo para apagarla. Gys me abrazaba y yo contemplé su sueño y aquella sonrisa que se formaba en sus labios. Ella sintió mi movimiento y despertó, abrió poco a poco sus ojos perlados y me miró.

─Buenos días, amor. ─Dijo sin vacilar.
─Buenos días, hermosa.
─¿Me ayudas? No quiero perder mi vuelo. ─Estiró sus manos como una niña pequeña deseando ser cargada. La tomé de sus muñecas y le ayudé a incorporarse. Desnuda, salió de la cama, tomó su toalla y abrió la regadera.

Recogí nuestra ropa, me vestí y doblé su ropa la cual dejé en el sillón de la recámara. Apenas terminé y la regadera silenció y salió ella envuelta en su toalla y me miró.

─¿Quieres que me retire? ─Pregunté tímidamente.
─No, sólo voltéate en lo que me visto. ¿Me acompañas al aeropuerto, por fa? ─Preguntó con un tono que casi sonó a súplica. Me volteé hacia la pared y respondí:
─Claro, por supuesto. Mi vuelo sale hasta la noche así que no te preocupes por mis tiempos. Hoy es día libre, bueno, prácticamente desde ayer en la tarde. ─Bromeé, y ella rió.
─Eres un tonto, obvio me encantaría quedarme otro día contigo, aunque sea teniendo sexo en tu habitación todo el día, digo, tengo que entregar la mía en una hora. ─Comentó burlonamente que ambos reímos un rato.

Se vistió y preparó su maleta. Le comenté que tenía que darme un regaderazo rápido y le indiqué mi número de habitación por si quería esperarme ahí. Asintió y quedamos mejor vernos en el vestíbulo en 20 minutos. Corrí a mi cuarto, me bañé, me vestí y me perfumé. Ella ya me esperaba.

─¿Quieres desayunar? ─Preguntó ansiosa.
─Claro, muero de hambre. ─Contesté feliz y hambriento.

Desayunamos en el restaurante del hotel y bromeamos que de haber sabido que nos estábamos hospedando en el mismo lugar, habríamos venido a comer ayer desde un principio y tal vez las cosas se habrían adelantado un poco. Ambos concordamos que las cosas pasan por algo y agradecimos al destino de habernos puesto en este tramo de un camino bastante largo. Disfrutamos el desayuno, la compañía, nuestras últimas horas estando juntos.

Ella por fin sacó al tema lo que anoche decidimos ignorar. Yo le ofrecí una disculpa si me mostré provechoso de la situación frágil de anoche. Ella, aunque aclaró que jamás había engañado a alguien en su vida, prefirió que nuestra pequeña aventura se mantuviera como eso, nuestra aventura. Yo accedí, no del todo contento porque tampoco había engañado alguien ni mucho menos había sido cómplice. Siempre he respetado las relaciones de las personas, pero anoche sin duda, no hubo reglas y era algo que si no hubiera sido ayer, habría sido en otro lugar y tiempo. El destino nos ayudó a cerrar nuestra historia en esta vida como tenía que ser cerrada, y, si teníamos suerte más adelante, nos volvería a juntar. Reflexionamos lo anterior y felices nos emocionamos por el futuro y lo que el destino nos podría estar guardando.

Llegó la hora y viajamos al aeropuerto. La acompañé hasta donde no pude más, nos soltamos las manos las cuales no se separaron desde anoche y con un poco de tristeza nos besamos una última vez y nos abrazamos. Su perfume quedó impregnado en mi chamarra. Caminó por el detector de metal, dejó lo que tenía que dejar en las charolas correspondientes y volteó hacia mí sonriendo. Yo esperé, quería verla desaparecer, no quería irme todavía y ella lo sabía. Pasó el detector sin problema alguno y recogió sus cosas, al colocarse la chamarra percibió el aroma de mi loción y volteó por última vez y se despidió con una lágrima en su mejilla. Caminó y caminó, hasta que la chica de medicina desapareció de mi vida.

El hombre terminó su relato y nos volteó a ver tanto al narrador de la leyenda como a mi, los cuales nos encontrábamos perdidos en cada palabra de su historia. Reaccionamos del trance que nos colocó pero no supimos qué decirle a lo que el hombre sólo rió y nos agradeció por haberlo escuchado. Sacó un billete y lo dejó sobre la barra, bebió su trago de un sólo sorbo y se marchó.


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