Anécdota del Bartender: Pérdidas inesperadas I


Hoy tuve casa casi llena. La barra estaba bastante bien poblada y las propinas corrían muy sustanciosas. Pero, lo que más me llenó de aquella noche, fueron las historias que relató una joven dama con su maquillaje corrido, pidiendo recarga de shots de vodka. De la nada, soltó a llorar y yo, como buen anfitrión quise calmarla lo suficiente, y lo hice por el tiempo suficiente para que me contase su historia. Limpió un poco las lágrimas de su rostro y comenzó.

Los animales de la calle también van al cielo

Recién me había mudado a lo que sería mi nuevo hogar, era una colonia relativamente nueva y bastante tranquila. Los vecinos, hasta el momento, todos habían sido muy amables con mi llegada y a ninguno le había ocasionado problema alguno. Mi arrendador me permitió tener mascotas dentro de la casa, a lo cual agradezco muchísimo pues mi gato, Señor Buttercup, estaba estresado por el cambio y necesitó muchos días para andar en sus anchas por el nuevo lugar, dentro de casa por supuesto. 

Nunca fui una mujer de gatos, hasta que mi pequeña adolescente hace un par de años, llegó a la casa con un gato amarillo con la oreja mordisqueada y su ojo entrecerrado, ese día no lo sabíamos pero el Señor Buttercup se quedaría por siempre. Mi novio, al mudarse conmigo dejó a sus mascotas con sus papás, así que mi pequeño felino le causó alegría pues tener a una mascota siempre hace más amena un hogar. Sin embargo, al poco tiempo de habernos mudado, una felina blanca con rasgos negros y ojos verdes nos dio la bienvenida al maullar frente a nuestro domicilio. Era muy pequeña, pero en su vientre colgaba sus pequeñas tetillas con dientitos marcados, lo cual nos reveló su edad. La nombramos “Oreo”, pues no sabíamos de dónde venía y los colores encajaban con la conocida galleta. A pesar de su ternura, sabíamos que tenía dueño y además por estar amamantando, no podíamos adoptarla pues tampoco sabíamos dónde estaban sus cachorros.

Pasaron los días, y el destino me sorprendió una vez más. Un día, llegando de trabajar, mi novio me recibió con una caja de zapatos algo maltratada y yo perfectamente sabía que no me estaba regalando un par nuevo, así que me asomé y unas pequeñas orejas cafés con tonos grisáceos saltó y me miró con unos hermosos ojos azules. Un amigo de nosotros la encontró siendo perseguida por unos perros, y este la rescató pero al tener muchos gatos en su casa se la terminó ofreciendo a mi novio, quien se enamoró a primera vista y no pudo negarse al adoptarla. La pequeña “Moka” se nos unió a mi pequeña familia.

Poco después, descubrimos que Oreo, en realidad tenía como nombre “Fifi” y efectivamente tenía dueño; una vecina que la dejaba entrar y salir, y sólo llenaba un plato de comida en la calle además, de vez en cuando, un arenero limpio. Unas semanas después, eran cinco platos para comida y dos cajas para arena más, y las visitas de una Fifi aumentaron a Fifa, Fife, Fifo y Fifu; tristemente, esta última se perdió y jamás la volvimos a ver. Con suerte, encontró una nueva familia humana y ahora es muy feliz.

Dos gatos en casa y cuatro en calle, sentía que mi alma y corazón no podían con más, pero las fechas decembrinas y el corazón enorme de mi pequeña adolescente, hicieron que un minino amarillo con una cicatriz notable en la frente, pulgoso y mugroso llegase a nuestro hogar. Lo primero que hicimos fue darle un baño, alimentarlo y llevarlo al médico, y el amor de una familia hicieron que ese amarillo mugroso se convirtiera en un hermoso amarillo con antifaz crema tenue, muy tragón pero el “Cheesecake” más agradecido de todos.

Esa era mi familia gatuna, tres gatos en casa más cuatro no oficiales en la calle, los cuales procuraba alimentar por las mañanas y por las noches, al igual que mis gatos caseros. Fifa resultó llamarse “Lili” y al igual que su gatuna madre era blanca sólo que con manchas naranjas y cafés; Fife tenía el nombre de “Lian”, exceptuando los ojos amarillos y menos manchas negras, el parecido a su mamá era bastante; Fifo tenía el nombre más peculiar, “Erizo”, el gato negro con blanco con pelaje erizado y un maullido igual de único.Todos resultaron ser de tamaño mayor a su mamá que nos hizo sospechar de la edad de los no tan mininos; eran el doble de comelones pero bastante educados, a veces entraban a la casa y no causaban mayor desastre, aunque sí algunas disputas con los gatos internos simplemente porque son gatos y así es su naturaleza.

Sin duda los animales son una alegría para quien sea amantes de ellos. Sea cual sea el animalito que uno haya adoptado, siempre trae calidez al hogar. Anteriormente, tuve como mascotas a compañeros caninos, y mientras estuvieron con vida fui feliz y nada es más satisfactorio que llegar a tu hogar y que alguien te reciba con alegría. El amor que las mascotas nos brindan no se compara con ningún otro. En mi caso que tenía tres mininos quienes me muestran su cariño y agradecimiento a su distinta manera, el cariño que un animalito de la calle (no tenga dueño o caso contrario sí pero igual vive en la calle) es invaluable. La familia Fifi me lo demostró en su felina manera y amaba darles de comer y acariciarlos mientras estaban cerca, incluso disfrutaba su compañía durante mis caminatas por la colonia. Esa era mi pequeña felicidad gatuna sin igual.

Un día como cualquier otro, la familia Fifi llegó a disfrutar las croquetas que les ofrecía, pero Erizo parecía muy diferente, su andar era lento y pesado y su mirada muy cansada. El terror se apoderó de mí al ver su enorme barriga casi esférica colgando de su cuerpo y como toda madre preocupada di noticia a mi novio, quien, al tener un poco más de experiencia con los gatos sumando los tres en casa de sus padres, recomendó avisar a su dueña de la gravedad que se encontraba Erizo, pues tristemente no nos pertenecía. Y así fue, avisamos a la dueña de la gravedad de su gato, que por favor lo llevara al médico pues podría ser grave. La vecina acordó de llevarlo y al poco rato Erizo desapareció. Pasó todo el día hasta que fue la hora de cenar, Erizo entre ellos llegó en el mismo estado y pensamos en lo peor. “¿Se habrá escapado? ¿Lo habrán llevado? ¡Ay, Dios mío!” Era lo único que se me ocurría y mi novio enfadado por la actitud de la vecina al no cuidar a su gato al día siguiente lo atrapó y ayudado por mi suegra, lo llevó al médico.

Me habría gustado ir, acompañarlo y sostenerle su patita blanca, pues mi novio al volver a casa, de inmediato aisló a nuestros gatos y acondicionó nuestro pequeño patio trasero para que Erizo estuviera ahí exclusivamente. Improvisamos una cama, un techo bastante resistente para la lluvia y que tuviera bastante espacio seco y desinfectamos cuidadosamente platos para agua y alimento recomendado por el médico: una latita de paté de salmón. Terminado su nuevo hogar para la recuperación, mi novio me explicó finalmente.

─Es grave, amor. Muy grave ─dijo mirándome seriamente─. Erizo tiene un 9/10 para no librarla. Tiene una infección, Peritonitis infecciosa felina, está lleno de líquido y su hígado está comprometido, sus ojos ya presentan ictericia. El doctor tiene muchísima fe de que se salvará, lo llevaré diario a que le administren antibióticos para proteger su hígado y que salga adelante. ─Finalmente agregó positivamente, seguramente mis ojos desbordando lágrimas hicieron que fuera menos duro al decirme la noticia tan devastadora.
─Supongo que es contagiosa, por eso el aislamiento, ¿verdad? ─pregunté sollozando.
─Sí, es muy contagiosa. Tendrá que estar aquí hasta que el médico diga que ya puede convivir con otros gatos.
─¿Te dijo cómo se pudo haber enfermado? ─necesitaba saber.
─Comida principalmente, debió haber comido algo que tuviera la infección. Me da tristeza, Erizo estará solito y separado de sus hermanos. ─Lo dijo mientras le acariciaba la cabecita. El pobre gato se veía muy cansado, débil y apenas caminaba. Lo acaricié también, realmente lo quería muchísimo.

Y así comenzaron dos semanas de visita con el veterinario y de dosis diarias de inyecciones y paté de salmón. Había días en que mi novio llegaba feliz, pronosticando más esperanza a la recuperación de Erizo, y había días que llegaba triste porque nuevamente decaía. Entre plática, mi novio sugirió dormirlo para siempre, pero nuestros corazones gritaban que no que aún había esperanza, y en nuestra mente dejábamos pensamientos positivos para Erizo. 

Mi novio tenía mucha fe y cada que podía lo acariciaba, platicaba con él y sobretodo no lo hacía sentir sólo. Siempre que salíamos al patio para revisar que todo estuviera bien, Erizo siempre nos recibía con su peculiar maullido y exigiendo cariño, y en sus mejores días, comida que le dábamos directo de lata con una cuchara. Nuestros gatos de curiosos siempre se asomaban por una ventana que, para nuestra buena suerte, impedía el contacto directo con Erizo, y de cierta manera, le hacían compañía cuando nos ausentábamos. Ellos mismos sabían que algo no estaba bien con el invitado y aunque divididos por una pared, siempre estaban atentos a él. Incluso, siempre me recordaba que él no era mi gato, mi novio se rehusó pero mi moralidad me indicó que tenía que avisar a su dueña, ella me escuchó y quedó de ir por él, cosa que jamás hizo; pero mientras, Erizo era cuidado por mejores manos: La de mi familia.

Un día, mi novio llegó emocionado del veterinario y con él, muy buenas noticias. La enfermedad estaba controlada y ya no tenía que ir diario al veterinario por dosis inyectadas. Erizo podía descansar de tanto viaje y ahorrarse un par de días de estrés de estar en una pequeña jaula sobre metal frío. Eso me calmó bastante, después de días preocupada, Erizo mostraba ganas de vivir e incluso su apetito lo demostraba al exigir más y más comida. Obviamente, festejamos con la lata de paté de salmón que tanto le gustó. 

Una noche, noté algo diferente al verlo. No me recibió en su improvisado hogar y apenas y se movió de su cajita para verme. Mi novio salió para acompañarnos y tampoco se inmutó. Lo único que lo motivó a salir de su guarida fue el olor de su paté y comer, aunque no probó mucho, aceptó nuestras caricias con mucha ternura y nos regaló un ronroneo muy débil.

─Este gato se está muriendo. ─Dije al fin, rompiendo con el momento.
─Lo sé, pero está mejorando, eso me dijo el doctor. ─Respondió mi novio, tratando de sonar positivo. Regresó adentro, yo lo acaricié un poco más y me despedí de él.

Amaneció y más tardé en levantarme y despabilarme que ya estaba afuera para darle de desayunar a Erizo. Lo que encontré después fue una escena desgarradora, Erizo yacía sobre su camita improvisada, con su boquita abierta y sus ojitos cerrados, su cuerpo ya lo empezaban a cubrir las hormigas. Con la tristeza en mis ojos, desperté a mi novio.

─Amor, Erizo está muerto. ─Dije con toda la firmeza posible. Mi novio se levantó de un sólo salto mientras gritaba que no era verdad. Pero cuando lo vió al fin, sus lágrimas desbordaron su rostro. Mi pequeña adolescente despertó por nuestros sollozos y se nos unió al lamento. Lo limpiamos, lo más que pudimos y maldecimos a las hormigas por intentar hacer de su cuerpo lo que la naturaleza dicta. Le cerramos sus ojitos y lo colocamos en una posición más cómoda, para que así descansara.

Notificamos a su dueña, nuevamente mi moral me lo dijo. Tocamos a su puerta, mi novio no estaba contento con eso pero muy adentro sabía que ella tenía que saber lo que pasó. Para mi mala suerte, su hijo respondió al llamado y nos comentó que su madre estaba fuera de la ciudad, que si queríamos le avisaría por teléfono para preguntar qué hacer con el cuerpo. Nos fuimos, mi novio molesto y yo sollozando. 

─Quiero enterrarlo, no me importa si no es nuestro, nosotros le dimos mejor vida estas últimas dos semanas, una vida mejor que sus dueños. Cariño, hogar, comida, amor. ─Dijo firme hacia mi. Asentí lentamente y rápido fuimos a comprar un pico y cuidadosamente colocamos a Erizo en el carro y nos lo llevamos a un lugar donde encontraría por fin ese descanso que tanto pidió.

El camino fue triste, el silencio era incómodo. Sabíamos lo que había pasado pero no queríamos aceptarlo. Llegamos a un terreno de la propiedad de mi mamá, era el cementerio de mis mascotas, oficialmente Erizo pertenecería a mi familia, donde lo quisimos muchísimo y lo enterramos rodeado de animales que también fueron amados e hicieron feliz a alguien. Mi novio con toda la fuerza que tenía, golpeaba el suelo, con enojo, rabia e impotencia; cada golpe al suelo podía ver cláramente un “Pude haber hecho más por él”; cada que removía la tierra del suelo era un “¿Por qué no hice más? ¿Qué me faltó?”; la tristeza de la pérdida inesperada era todo lo que veía.

Con gentileza terminamos el trabajo. Cubrimos muy bien todo e improvisamos una cruz y la clavamos en la tierra. Nos quedamos ahí mirando al suelo, con nuestros propios demonios rondando nuestra mente, memorias de Erizo; cómo llegó a casa, las caricias que le regalamos, cómo empezó toda esta tragedia y lo que hicimos por él, incluso lo que pudimos haber hecho, un poco de culpa, tal vez; llorábamos, nos limpiábamos las lágrimas y volvíamos a llorar nuevamente. Un ciclo que parecía no terminar, recordaba su maullido único, su manera de ronronear y su exigencia en la comida junto al recibimiento al vernos. Mi novio fue el primero en despedirse y regresó al carro. Mi pequeña adolescente me esperó y sólo pude decir al final: Adiós Erizo.

─Sin duda es una historia destrozante. Los animales nos dan más de lo que nosotros podemos darles ─dije para romper el silencio prolongado cuando la dama finalizó─. Yo, sin titubear, te puedo decir que hicieron todo para que su vida fuera un poco mejor al final, a pesar de su enfermedad. La mujer se limpió las lágrimas y me regaló una pequeña sonrisa, una que indicaba que por fin, tras tantos vodkas, encontró la paz interna o mejor dicho las palabras que necesitaba escuchar.
─Gracias ─agregó al final─. En verdad hicimos lo que teníamos a nuestro alcance. No puedo pedir más, siempre tendré esa culpa enterrada pero no hay más por hacer. Murió tranquilo rodeado de tranquilidad y amor. ─Sacó un billete y me pagó las bebidas. Me agradeció una vez más y se retiró.

Erizo by Alam


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