Viaje a casa


Desperté. Un movimiento del tren me movió de más e hizo que cayera en cuenta que me quedé dormido. Me acomodé en mi asiento y me estiré un poco para despabilarme más. El tren en general iba lo suficiente lleno; sin embargo tuve la fortuna de ir en el último vagón donde no había tantos pasajeros, a decir verdad tuve que correr y saltar ilegalmente cuando la terminal se me había terminado, afortunadamente mis piernas me ayudaron y mi prótesis del brazo alcanzó a sujetarme con fuerza. Me asomé por la ventana y reconocí algunas montañas. —Ya estoy cerca.— Me dije. Las montañas gemelas así de cerca era una clara señal de estar próximo a mi destino: Paraje de Galeek, mi hogar al fin.

La persona encargada de verificar los boletos llegó a nuestro vagón. Rápido preparé el mío, este lo selló y continuó hacia los últimos pasajeros. Me levanté para estirarme, sentía tieso mi brazo mecánico de tanto viajar, el último tramo de Ciudad Riverwood a mi hogar era largo, el tren sólo hacía 3 paradas en las pueblos principales antes de llegar a Paraje de Galeek. Mi muñón me dolía un poco, la sensación me hizo recordar un poco al pasado, las praderas verdes, el aire fresco de Galeek, la risa de los niños y el humo de las pipas de los mayores. Sonreí al recordar aquellos días, la nostalgia se escapó con una pequeña mueca.

El tren empezó a bajar su velocidad. El aroma de lavanda llegó a mi olfato, sin duda había regresado. Tomé mi maleta, acomodé mi gabardina y caminé a las puertas que lentamente se abrieron. El clima templado de Galeek me recibió, haciendo que apretara un poco más mi bufanda. Seguí caminando hasta salir de la estación, la demás gente pasaba de largo, ignorando por completo su alrededor, cada quien pensando en su vida, en aquella persona querida quien llegó desde Riverwood o incluso despidiéndose de sus familiares que se van de Galeek a sólo ellos saben dónde. Sentí un pequeño vacío al pensar en ello y preferí no poner atención más en la gente, después de todo yo visitaría a los míos primero antes de llegar a mi hogar.

Galeek no cambiaba por nada. El paso de los años no se reflejaba en las construcciones de este pintoresco pueblo. Los comercios seguían en su lugar, incluso el taller del viejo Fa, donde me hice mi primera prótesis, aún estaba de pie, bueno, ahora atendido por sus hijos herederos de la técnica mecánica del viejo. Seguí caminando, directo por el sendero a la vieja colina. En el recorrido me encontré a conocidos de mi niñez, saludándome como si los años no hubieran pasado. No me quedaba mucho rato con cada uno, después de todo tenía que llegar con los míos y ellos continuar con su rutina.

Los campos de lavanda me acompañaban mientras subía la colina, llenaban de púrpura hasta donde mi vista me lo permitía. Paso tras paso ese aroma hacía más ligero mi camino, el cual ya dejaba ver mi primera parada de este viaje a casa. No faltaba mucho, pero las lápidas se alcanzaban a ver desde mi posición. Solté un suspiro y sonreí al aire.

—He llegado.—

Llegué al cementerio de Paraje de Galeek, caminé entre las lápidas de conocidos y desconocidos que el destino ya reclamó, veía varios nombres: Will, Ed, Alphonse, María, Trisha, Marco… El cementerio no era muy grande, rápido encontré los nombres que me esperaban. Me acerqué a esas lápidas y me arrodillé ante ellos.
—Hola, he llegado. Lamento haberme tardado todos estos años, pero, por fin cumplí con la promesa que nos hicimos, ¿recuerdan? Lleve nuestras placas de soldados al árbol donde realizamos nuestra primera práctica militar, donde juramos que sobreviviríamos y nos cuidaríamos. Bueno, todos estos años estuvo molesto conmigo por no haber cumplido esa promesa, pero ustedes me salvaron al final —dije mientras tocaba mi prótesis—. Bueno, excepto el brazo pero esta mejora sin duda tiene sus ventajas —reí un poco—. Gracias, hermanos de armas. Por salvarme la vida.

Me quedé viendo, meditando un rato más ante las lápidas de mis amigos caídos en durante la Gran Guerra: Robert, Jane, Nat, Alexander. Todos nos conocimos aquí, en Galeek cuando apenas éramos unos niños, y juntos nos enlistamos por ley en el ejército cuando tuvimos la edad suficiente. Las armas nos llamaron para luchar en la Gran Guerra, aunque nuestro país ganó, en las batallas perdimos más de lo que nos imaginamos.

Nuestro escuadrón fue emboscado durante el rescate de unos civiles en la ciudad del norte, Blackbriar, escapamos como pudimos pero Alexander y Nat salieron gravemente heridos. Los cargamos como pudimos y llegamos al punto de encuentro, donde otra emboscada nos esperaba. Me hirieron en mi brazo izquierdo pero aún así luché. Jane fue asesinada en el intercambio de balas, mientras Alexander y Nat decidieron sacrificarse para que Robert y yo escapáramos. No los quería dejar pero el enemigo llegó y los rodeó. Sólo escuchamos el sonido de varios disparos cuando huímos. Robert me ayudó con mi herida, la cual no terminó bien obviamente. Seguimos huyendo, tratando de llegar a la base, pero para nuestra mala suerte, nos rodearon nuevamente. Peleamos, peleamos a muerte contra un pequeño grupo de reconocimiento. Los conté, eran cinco, nos apuntaban pero en un descuido logramos defendernos. En menos de un segundo, disparos errados, golpes y el olor a pólvora se esparcieron por el lugar. Maté al último enemigo que me quedaba y volteé a buscar a Robert, pero un disparo fue a dar en su cuerpo el cual estaba entre el arma y yo. Mi último amigo me salvó la vida, Robert cayó y yo con mis heridas me abalancé al enemigo y sin piedad lo asesiné a mano limpia. Lo abracé, lloré y grité, no me importaba que vinieran más enemigos por mi, los mataría con mis puños si era necesario. La luz de una linterna me iluminó y mis reflejos agarraron el arma más cercano y apunté. Una voz me alertó que no eran de los míos. Era un batallón dispuestos a recuperar los puntos que mi escuadrón perdió en la emboscada. Dos soldados se quedaron conmigo, y pedí al líder del batallón que recuperaran sus cuerpos, todos. Me desmayé por la pérdida de sangre y sólo recuerdo despertar en el hospital y a mi lado una de los soldados que me acompañaron antes. Mi brazo ya no estaba y ella me entregó las placas de mis hermanos caídos. Agradecí y lloré sus muertes. La vida actúa de maneras que no podemos juzgarla, y una de ellas fue que mis amigos de armas cayeran en batalla, salvándome, para yo vivir. Aquella soldado no se separó de mí, hasta que me dieron de alta. Ella fue quien me sugirió una prótesis mecánica y pues así terminé con brazo de acero; sin embargo, antes de todo, regresé los cuerpos de mis amigos a casa.

El sol se estaba empezando a ocultar. Me levanté y me despedí. Salí del cementerio y caminé por una vereda que seguía hacia arriba por la colina. Una construcción se asomaba a lo lejos y de su chimenea salía humo. Caminé hacia allá y al acercarme el aroma a carne con patatas y pastel de manzana se notaba más, mi estómago comenzó a hacer ruidos de hambre. Al acercarme a la casa, el perro guardián comenzó a ladrarme y corrió hacia mí.
—¡Hola, Bruno! ¡He vuelto!— Recibí a mi can con los brazos abiertos y este sólo ladraba y agitaba la cola de felicidad. La puerta de mi casa se abrió y la soldado que me cuidó después de perder a mi escuadrón y quien no se separó de mí en el hospital salió.
—Tonto, llegas justo a tiempo.— Me dijo con algunas lágrimas en su rostro.
—Lo siento, Ramona—contesté—. He vuelto. Pero, esta vez ya será para siempre. Me acerqué a ella y la abracé como nunca. Entramos a casa y jamás me fui de Paraje de Galeek. Estoy en casa.

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