Anécdota del Bartender: Café para el alma


Esta noche hubo bastante clientes, mucha gente en la barra desahogando penas y mucha otra gente en los gabinetes buscando compañía, al menos para no pasar la noche solos. Pensé que me iría sin historias o al menos una anécdota curiosa; la clientela ya se estaba retirando y sólo quedaban los borrachos que no podían faltar en mi bar cada mañana. Sin embargo, había un hombre sentado aún en medio de la barra, sonreía pero no se veía pasado de copas. Me acerqué para avisarle que estaba próximo a cerrar y con toda la calma y serenidad del mundo afirmó con su cabeza, se levantó y caminó a la salida, perdiéndose en la luz del día. Miré su vaso de coñac, aún estaba lleno de licor, lo que me llamó la atención era el sobre cerrado a lado del vaso, tenía escrito una pequeña nota: “Gracias por la bebida, disfruta tu propina y el relato de una pequeña anécdota que viví…”

Ibis

Desde que descubrí la cafetería en la pequeña península de mi ciudad, me enamoré de la tranquilidad y la calidad de gente que visitan el lugar, sin mencionar el excelente servicio detrás de las cafeteras. Me gustaba ir seguido, disfruto el sabor del café y cuando me reuno con amigos siempre propongo encontrarnos en el café de la pequeña península.

Los baristas ya me saludaban por mi nombre y me propuse a hacer lo mismo, los chicos nuevos siempre me costaban trabajo, pero afortunadamente su gafete con su nombre siempre me ayudaban para no verme mal en equivocarme. Tal vez me trataban todos con amabilidad porque era su trabajo, pero algunos trabajadores preguntaban más allá de un simple “buenos días”, incluyendo la gran mayoría de los empleados nuevos, incluyendo a una chica peculiar que se quedó fijo en mi vida desde el primer día que la conocí. Ibis era una chica de estatura pequeña, muy delgada con una voz muy aguda, sin duda llamó mi atención eso último, su voz quedó en mi mente y siempre que podía, disfrutaba platicar con ella.

Yo en aquel momento, tenía pareja. Y la relación con Ibis era totalmente cliente - empleado. Acepto que la consideraba una mujer atractiva, muy bonita con una forma de ser muy dulce, y que con eso podría bastar a cualquier otro hombre para enamorarse de la pequeña de la cafetería. Pero yo no, mi madurez (y sin sonar presuntuoso) evitaba que justo cayera en sus encantos, además, amaba a mi pareja y era feliz con ella. Sin embargo, sí notaba un cierto trato diferente por parte de Ibis, más especial, con pizcas justas de coqueteos que me podrían hacer pensar si en verdad estaba coqueteando conmigo o sólo era mi imaginación. Ella siempre me atendía y cuando no había mucha gente, me preparaba especialmente mis cafés, y aplicando el arte barista, una nota deseándome buen día. Siempre me sonreía al entregarme mi café, una sonrisa que como dije, podría enamorar a cualquiera que se descuidara.

Sin embargo, todo lo bueno, al menos la gran mayoría de las cosas buenas y de las cosas buenas mal planeadas y sus variantes de lo mal que se sobrelleva una decisión, tuvo que terminar. Terminar mi relación con mi novia me derrumbó, toda la tristeza se me notaba a kilómetros de distancia, mis amigos se preocupaban por mí y siempre trataban de animarme. El único lugar donde tenía calma para pensar, era aquella cafetería en la pequeña península, su seudo exclusividad en aquella zona me hacía sentir lejos de la vida en general. Cruzar sus puertas, sentir el clima frío para refrescar el clima cálido de la ciudad, me daban un poco de calma. Me acerqué a la barra y me atendió un chico nuevo. Pedí lo mismo de siempre y me fui a una mesa diferente el cual estaba un poco más escondida para estar más solo. Eso quería, más soledad, me coloqué mis audífonos y me fui del mundo. 

La música me alejó de la realidad. Las baterías y los solo de guitarras retumbaban en mi mente, suspiraba, aguantándome la tristeza, queriendo olvidar mi situación. No sé cuánto tiempo pasó, pero supe que era hora de retirarme, nunca vi el café frente a mí, ya frío por supuesto, guardé los audífonos y sentí lágrimas en mi rostro; tampoco supe en qué momento lloré. Me fui, no me despedí de nadie, contrario a lo que acostumbraba. Cada día iba y se repetía cada acción del día anterior: Llegaba, ordenaba, me escondía en la mesa más alejada, me perdía en la música, descubría mi café frío y me iba sin despedir. No sé cuánto pasó que mi rutina cambió de ser una persona alegre a ser una persona triste. 

Un día, perdido en la música y sentimientos, una mano en mi hombro me saca de trance. La sensación era dulce, preocupada. Sin voltear a ver, acerqué mi mano a mi hombro, buscando sentir aquello que me sacó de mis ideas. Una mano suave esperaba la mía, y correspondió mi gesto. Eso me hizo voltear y era ella, Ibis con una sonrisa diferente, una sonrisa mostrando preocupación hacia mí. No me dio tiempo de decir o reaccionar y me abrazó. Sentir su cuerpo pegado, hizo que me sintiera completo de alguna forma, mi piel se erizó y mi corazón cedió permitiendo que mis lágrimas brotaran más. Me acarició la espalda y me quitó los audífonos regresándome al mundo real, sólo que no estaba solo esta vez, Ibis estaba conmigo ayudándome. Me calmé y limpié mis lágrimas para que no me viera tan mal. Nos separamos y me sonrió con más ánimos, señaló a mi café que aún seguía caliente y se retiró. El café tenía escrito un mensaje: “No estás solo.” junto a una cara feliz. Mi vida cambió nuevamente, me encontraba en paz, ni feliz pero tampoco estaba triste. Sentía que me podía comer el mundo, poderoso pero en paz. Disfruté el café como no lo hacía hace no sé cuánto tiempo y suspiré liberando todo la tristeza que se acumuló durante tanto tiempo en mi pecho. 

Al irme, busqué a Ibis detrás de la barra pero no la encontré. Me despedí de los que estaban y todos se despidieron de mí, mostrándome mucho ánimos. Caminé hacia el estacionamiento y para mi sorpresa, Ibis esperaba. No dijo nada, sólo sonrió. No dije nada y sonreí acercándome a ella y la abracé.

—Gracias, Ibis. No sabía que lo necesitaba y me ayudó muchísimo.— Se separó de mí y colocándose de puntitas me dio un beso muy tierno en mis labios. Correspondí el beso más tierno que alguien me pudo haber dado hasta el momento.
—Hay personas que pueden cambiar el mundo. Soy feliz de saber que pude cambiar el tuyo —sonrió—. No sé qué opinas de ir a cenar juntos, ¿qué dices?— Sonreí, asentí y partimos juntos.

“... Espero hayas disfrutado. Sé que eres un coleccionista de historias, y creí bueno y correcto que coleccionaras una que fuera lo contrario a las que acostumbran contarte aquellos que buscan ahogar sus tristezas. Quiero creer que con esto habré contribuido a cambiar un poco el mundo, aunque el contenido del sobre ayudará más.” Vacié el contenido del sobre y encontré una buena cantidad de dinero. Suficiente para pagar mis deudas y vivir tranquilamente por un tiempo. No sé quién era dicho sujeto, pero sin duda Ibis le cambió el mundo, y él me ayudó a mejorar el mío.

Comentarios

Podría interesarte