Encierro

 Desperté una vez más. Eran las tres de la mañana según mi reloj despertador. La habitación estaba oscura y bastante fría. Nuevamente la sensación de que alguien se recostó a mi lado hizo que mi piel se enchinara. Me deslicé lentamente a la orilla de mi cama y encendí la lámpara de mi mesita de noche. Obviamente, no había nadie a mi lado, solo fue mi imaginación o la pesadez de mi sueño. Miré hacia el techo, no era la primera vez que sentía que alguien se encontraba conmigo pero realmente, al encender la luz, mis miedos desaparecían y podía continuar durmiendo. Esta vez no fue así.

Me levanté de mi cama y me dirigí a la cocina. Busqué un vaso limpio y serví un poco de vino tinto, una cosecha algo vieja considerando que el mundo colapsó después de la pandemia y bastantes industrias, como las que se dedicaron a embotellar la felicidad, quebraron como consecuencia. Sólo vertí un poco, para quitarme el sabor a miedo de mi paladar. El sueño se había ido oficialmente, así que me dirigí a la sala y encendí la televisión. Sintonicé un canal cualquiera, realmente quería un poco de ruido para no sentirme tan solo. Caminé al balcón y abrí un poco las cortinas, solo por curiosidad quería ver el mundo, ese mundo que quedó fuera de nuestro alcance por no cumplir el encierro que nuestro gobierno ordenó con mano de hierro. El cielo estaba despejado, podía ver las estrellas y la luz de la luna llena podía iluminar la ciudad, al menos lo que alcanzaba a ver desde mi quinto piso. Habían muy pocas luces encendidas de los edificios vecinos; parte de las consecuencias del encierro fue que nuestro ciclo del sueño afectó a casi todos, unos durmiendo más y otros menos, unos durmiendo en el día y despertando en la noche como si fuera nuestro horario regular. Yo también lo resentí, pero no tanto como algunas personas. Según algunas noticias, la pandemia pasó a ser segundo lugar en muertes en esta era. La primera, bueno, varios factores que se podrían resumir en una sola: El encierro.

Estaba por cerrar la cortina y una sombra se vio reflejada en mi ventana. Volteé de inmediato pero no había nadie. Un escalofrío me recorrió por toda la espina y me quedé inmóvil. Una respiración podía sentirse en mi cuello, fría, difícil y un poco rasposa. 

—Lar… go...— Escuché detrás de mí. Mis piernas ganaron movilidad y corrí hacia la puerta. El miedo me invadió y no pude abrir las cerraduras, de reojo observaba cómo una figura negra, una sombra distorsionada se acercaba lentamente, no caminaba, flotaba atravesando cada mueble frente a ella. Tomé la perilla e intenté abrirla pero las demás cerraduras no permitieron que abriera por completo.

—¡Carajo!— Grité de pavor, la figura alzó lo que podrían ser unos brazos torcidos y cerré los ojos esperando lo peor. Pero no llegó. A lo lejos la televisión con una película vieja de Clint Eastwood se alcanzaba a escuchar. Agitado busqué con la mirada por aquella figura pero no encontré nada. El frío aún se sentía y un fétido aroma empezó a llenar el apartamento. Cerré la puerta, y me aseguré que estuviera bien cerrada.

Empecé a buscar el origen del olor, pero un ruido en el baño llamó mi atención. Lentamente me acerqué a la puerta y la abrí con cuidado, encendí la luz y como me imaginé, no había nada. Entré y abrí la llave del lavabo, me miré al espejo y el cansancio se veía reflejado en mi rostro.

—No hay nada, todo está bien.— Comencé a mojar mi rostro, llenaba mis manos de agua y aventaba el agua hacia mi cara, repetí varias veces hasta que el agua empezó a sentirse espesa, un poco viscosa, abrí mis ojos y las manos estaban rojas. Me alcé y vi mi rostro rojo. Grité de miedo, asustado abrí la otra llave esperando a que en esta saliera agua limpia pero varios chorros de sangre empezaron a salir, del desagüe comenzó a salir ese aroma nauseabundo. La regadera se abrió bruscamente y más sangre comenzó a salir. Rápido me dirigí a la puerta y esta se cerró de golpe, traté de abrirla pero no cedió la perilla. La sangre comenzó a desbordarse, tomé una toalla y traté de impedirlo fracasando en el proceso. Era demasiada sangre y mis pies ya estaban bajo esta. Empecé a dar vueltas por el baño, pensando en soluciones, perdiendo la razón por el miedo, escuchando la respiración rasposa detrás de mí y cada vez que volteaba a buscar el origen, siempre se colocaba detrás mío, obligándome a girar, siempre a voltear hacia atrás, hasta que la encontré por fin, a mis espaldas según lo que el reflejo del espejo me mostraba. Una sombra, una silueta que parecía flaca, muy tétrica, unas extremidades estaban grotescamente retorcidas de manera que jamás había visto en un cuerpo humano. 

—Lar… go —volví a escuchar—. ¡LARGO!

La voz retumbó en el lugar, no sé si haya sido el miedo pero sentí que tembló, las paredes temblaban, los muebles del baño se agitaban por la voz tan espantosa de esta figura. Volteé para encarar a la sombra pero no estaba detrás de mí, volteé al espejo y la figura seguía atrás. Lentamente giré pero no la veía, regresé mi mirada al espejo y la silueta se abalanzó hacia mí tirándome al suelo inundado de sangre. Comenzó a ahogarme, yo trataba de luchar, de quitarme lo que fuera esto, a… ¿mí? Yo me estaba ahorcando, mis propias manos estaban en mi cuello, apretando con gran fuerza, quitándome el aliento. No había sangre, ni figura, sólo era yo en el suelo. Me liberé de mis manos y me levanté, gotas de sudor resbalaban por todo mi cuerpo, mis labios morados comenzaban a recuperar color mientras mi respiración regresaba a la normalidad. La llave del lavabo seguía abierta, me mojé la cara rápido y con miedo, pensando en que lo anterior se repetiría, pero nada, sólo era agua, tan clara como siempre y líquida como debería de ser. 

—Sólo fue mi imaginación.— Me dije y reí. Sequé mi rostro y abrí la puerta del baño. Ahí estaba la sombra desde el final del pasillo, viéndome, esperándome. Quise cerrar la puerta pero fue demasiado tarde, la figura negra se abalanzó contra mí. 

Desperté otra vez más. Eran las cuatro de la mañana según el reloj de pared. La habitación estaba iluminada por la televisión y estaba bastante fría. Se escuchaban las noticias, un reportaje de no sé dónde sobre alguien que descubrió no sé qué. Recorrí con los ojos la habitación, buscando la sombra, pero nada. Llené de aire mis pulmones tratando de percibir el aroma asqueroso de hace rato, pero nada tampoco. Vi que en la mesa de centro estaba el vaso intacto con el vino que me serví. Me acerqué para tomar el vaso y beberlo todo de un sorbo pero sentí que me observaban. Alcé la mirada y a través de una pequeña abertura que dejé en las cortinas de la ventana frente a mí, una figura negra se perdió detrás de estas. Me levanté y las abrí de golpe. Nada, la ciudad seguía tal como la vi hace una hora. 

—Caray, ¿qué me está pasando?— Pensé en voz alta. Salí al pequeño balcón de mi lugar, me recargué en los barandales y miré nuevamente hacia los edificios. No habían luces encendidas, la única luz visible era la de mi televisión. Suspiré un poco, dejé que mis pulmones se llenaran de oxígeno fresco y así mi cerebro evitaría dichas alucinaciones.

—Largo —susurró una voz rasposa en mi oído. Volteé asustado y pero me encontraba solo—. ¡LARGO! ¡LARGO! 

Asustado corrí para meterme a la seguridad de mi hogar, pero la sombra salió de esta y con una fuerza inhumana me empujó tan fuerte que caí hacia el vacío.

Desperté una vez más. Eran las siete de la mañana según mi reloj despertador. La habitación estaba levemente iluminada y un poco cálida. Me senté al borde la cama y froté mi rostro. Suspiré tan hondo que comencé a llorar.

—¡Ya no aguanto!— Grité con todas mis energías. Sollozaba y golpeaba al aire con una furia que mis articulaciones comenzaron a dolerme. 

Me levanté e hice mi día normal. Tomé una ducha, me vestí con mis mejores trapos, lavé mis dientes, preparé mi desayuno y finalmente me senté en el sillón a comer. Encendí la televisión y el noticiero estaba al aire. El presentador hablaba sobre un país donde descubrieron no sé qué para algo que no presté atención. Sentí cómo alguien tomó asiento a lado mío, sorbí un trago de café y volteé. 

La sombra estaba sentada junto a mí, un rostro comenzó a formarse en esa oscuridad que tenía como cabeza.

—Por favor, no hagas eso—dije con asco—. Acabo de desayunar delicioso y eso que haces es realmente grotesco. 

—Lar… go...— Dijo con dificultad.

—Sí, sí, dejé una taza con café sobre la barra y también sobraron huevos revueltos por si gustas, no sé si puedas pero el gesto se agradece.— La sombra se alejó hacia la cocina.

Verán, la pandemia ha durado ya cinco años desde su primer brote en China. Los gobiernos al año empezaron a asesinar a quienes salieran de sus hogares, pues el índice de contagio aumentó porque no seguíamos las indicaciones. Lo que no saben (o tal vez sí o lo descubrieron después) es que nos dejaron encerrados junto a seres que habían sido desconocidos por toda la humanidad: La manifestación de nuestros más grandes miedos.

Unos empezaron a matar a sus familias por culpa del miedo manifestado, otros se suicidaron al no soportar el terror de su mente. Otros se volvieron locos y dejaron que el miedo tomara control de sus vidas; y, otros, aún nos cuesta trabajo aguantar las pesadillas que nos inducen pero finalmente, hemos empezado a convivir con nuestros más grandes miedos. 

No sé cuánto más resista, esta sombra apenas apareció hace un par de semanas y todo lo que sabe decir es “Largo”. Tengo miedo a que aprenda más de mí y me obligue a escuchar lo que mi mente quiere que escuche, a hacer lo que quiere que haga. No quiero morir aún, pero por lo que soñé, mi mente quiere que termine ya con este encierro.


Esquizofrenia. by ZephyrQuan



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