Y al final, la muerte llegó: Héroe

—El último cartucho, ¡carajo!— Maldije mientras cortaba y colocaba el nuevo en mi escopeta automática. Mi chaleco antibalas ya estaba deshaciéndose, realmente he tenido mucha suerte este día, ¿pero cuándo se acabaría? Me asomé lentamente por la ventana, vi movimiento en las pequeñas barricadas que improvisaron los malditos bastardos. Miré en las ventanas de los edificios enemigos y traté de adivinar desde dónde me estarían apuntando. Preferí moverme, lento y agachado. Encontré un cadáver de uno de los míos y rápido busqué munición de lo que fuera, sin éxito. En eso, un disparo me zumbó mis oídos, rápido me cubrí contra la pared.

—¡Demonios, hijos de perras!— Fallaron pero el disparo me desconcentró, me sacó de ritmo. Vi unas escaleras y rápido como pude me levanté y corrí hacia ellas. Una ráfaga de disparos empezó a llover detrás de mí, sin miedo subí dos pisos enteros, donde la lluvia no paraba, perforaban lo que fuera, concreto, madera, tapiz; terminando de subir me aventé nuevamente a la pared y me moví hasta entrar a una habitación lejos de la ráfaga.

Pecho tierra, avancé hasta tener una vista actualizada del lugar. Un grupo de matones comenzó a entrar al edificio. Rápido empuñé mi arma y la atraje hacia mí. En eso, un frío intenso cubrió la habitación y volteé hacia la puerta. Una dama de blanco se encontraba frente a mí, ¿sonriéndome? No lo sé, pero tenía una mueca algo siniestra. Le apunté con la escopeta.

—¿Quién eres?— No hubo respuesta de su parte. La dama sólo me miró y caminó alejándose de la habitación. Yo, sin titubear, la seguí, agachado siempre, aunque ya no debería de estar a la altura de sus francotiradores. La mujer subió un piso más, el último del edificio, yo la seguí a la distancia, no sabía si confiar en ella aunque no se intimidó por mi arma.

—¡Espera! ¿A dónde me estás llevando?— La dama se volteó frente al ventanal principal y me extendió su manos como invitando a acercarme. Eso hice, me acerqué y ella me abrazó.
—Al contrario, es a dónde tú mismo te llevaste.— Susurró la dama de blanco. Ahí fue donde sentí más frío recorrer mi cuerpo y me di cuenta de las heridas que tenía. Me dejé caer, mis fuerzas desaparecieron pero la mujer me detuvo.
—Ayuda...— Dije con mi último aliento.
—Por eso estoy aquí, hijo mío. Un héroe siempre necesitará ayuda para cruzar.

Un grupo de hombres armados y encapuchados llegó al último piso del edificio y se encontró con el cadáver del agente especial Medina, sosteniendo su cuerpo con su arma, intimidante como lo fue en vida.

—Ese hijo de perra nos la hizo ver difícil.— Dijo uno de los encapuchados.
—¿Qué hacemos con el señor?— Preguntó otro. Desde atrás del grupo de hombres, salió uno de estatura media, con bigote y sombrero de rancho. Traía un chaleco a prueba de balas, su apariencia era bastante nueva, sin ningún rasguño.
—Ese maldito —de su bolsillo sacó un puro, uno de sus hombres sacó un encendedor—. Se merece mi respeto, después de todo, es familia. Trátenlo con cuidado y entreguen su cuerpo a mi tía.— Dio la vuelta dejando a sus hombres tratar con el cuerpo, y marchó con una lágrima en el rostro.

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