Y al final, la muerte llegó: Toda mi vida



Verde, todo era color verde en el suelo y azul en el cielo, despejado sin ninguna nube que ocultara la luz natural del sol. La pradera se encontraba realmente hermosa y caminé hacia mi cabaña la cual se encontraba justo en lo más alto de la colina. Mis pies descalzos se estremecían con cada paso que daba, la sensación de sentir el césped cálido ponía mi piel de gallina.

Mi hogar era de tamaño modesto, justo lo que un hombre como yo necesitaba: una sola planta, una cocina, una mesa, un sillón a lado de una chimenea y separado por una pared, mi cama. Ya deseaba ver todo esto, conforme me acercaba a mi casa, podía ver más cerca el humo del fuego que mantenía cálido mi hogar, mi cerca que limitaba mi propiedad y detrás de ellas, mi hermoso jardín y mi huerta que con tanto orgullo logré hacer crecer con mis propias manos. Caminé por la vereda, tocando suavemente con mi mano la lavanda que crecía en mi jardín, sentí la suavidad de sus hojas y pétalos, cerré los ojos para aumentar dicha sensación. Cuando pisé la madera, supe que había llegado por fin. Ahí estaba, la puerta de caoba que orgullosamente tallé. La abrí y al notar que lo que se encontraba detrás, dejé salir un suspiro con mucha nostalgia. Sin duda, me encontraba en el hogar donde crecí, donde maduré y me hice el hombre que soy ahora.

Entré sin miedo a nada; la madera crujió un poco bajo mis pies, nada extraño, siempre lo hacía. La chimenea estaba encendida y la olla tenía una especie de caldo calentándose en la cocina, no me pareció extraño, seguramente lo dejé así en lo que iba a contemplar la colina abajo. Me acerqué a la olla, tomé un cucharón y probé.

—¿Le falta algo al caldo?— Una voz espectral casi provoca que me ahogue. Volteé hacia donde percibí la voz y de mi habitación salió una hermosa dama vestida de blanco.
—Disculpa, pensé que me encontraba solo.— Rápido dije para excusarme.
—No te preocupes, entonces, ¿te gustó mi comida?— Dijo en una voz más natural, la dama caminó hacia mí y se sentó en una de las sillas.
—Realmente está sabroso, el toque de orégano fue muy buen toque para ese aroma tan delicioso.— Contesté con normalidad, la dama me inspiraba mucha confianza, una entrañable familiaridad.
—Que bien, tiene más que eso. ¿Lo saboreaste?— Me miró directo a los ojos, no había notado que sus ojos eran completamente negros, vacíos; quise tener miedo pero no lo hice.
—Sal, un poco de pimienta, orégano como mencioné, cebolla y ajo para el sabor; para el color me pareció detectar tomate, tal vez en puré; y los vegetales que se cocieron ahí dentro son zanahoria, calabaza y papa, mi combinación favorita… ¿Cómo es que preparaste el caldo que mi madre me solía cocinar?

En ese momento la dama de blanco se levanta y se dirige a avivar más el fuego de la chimenea; empezó a tararear una canción, una nana que se me hacía muy familiar. Me senté y no quedó de otra que sólo verla. Una sensación de nostalgia comenzó a invadirme, la luz, tal vez mi visión comenzó a cambiar y de repente miré mis manos y eran las de un niño, la dama de blanco ya no estaba, ¡pero mi madre sí! Pasó a lado mío y me hizo un gesto de cariño y sirvió un enorme plato con mi caldo favorito. Feliz comencé a comerlo, a disfrutar cada cucharada que servía hasta que no quedó nada, ni una gota de nada. Tomé el plato y lo llevé para lavarlo pues esa era mi costumbre y de repente ya era adulto nuevamente. En la cocina ya no estaba mi madre, sino mi esposa. ¿Cómo lo sabía? Mi corazón me lo dijo, Asami era su nombre y me miró con sus ojos color miel y me volví a enamorar de ella. Mi mirada bajó a su vientre y mi estómago sintió de todo, ¿un hijo mío? Mis ojos se inundaron y ella rápido se acercó a abrazarme de felicidad. Sólo me sonrió y atrás de nosotros salió mi primer hijo, Kal, estaba ahí con sus ojos azules viéndome, sonriéndome. Me agaché para cargarlo y de repente mi hijo creció, volteé con mi esposa y en sus brazos tenía a mi hija, Gys. Mi cuerpo no pudo contener tanta felicidad que me solté a llorar.

—¿Por qué lloras?— La voz de dama de blanco se escuchó. Alcé la mirada y mi vida pasó frente a mí. Mis hijos crecieron, maduraron, hicieron su vida; mi esposa y yo envejecimos juntos, vivimos felices juntos, la enterré y me quedé solo.
—Porque extrañaré mi vida, creo que fue una buena vida. Fui feliz sin duda.— Agregué con una mueca que simulaba una sonrisa mientras una lágrima recorría mi mejilla.
—¿Estás listo, Jor?— La dama se colocó a mi lado y me extendió su mano.
—Sí, estoy listo.— Volteé hacia mi habitación y vi a mis hijos, nietos rodeando mi cama, yo me encontraba acostado, dormido con una sonrisa. No me quedó de otra que sonreír, pues sin duda, fui feliz.

Comentarios

Podría interesarte