Y al final, la muerte llegó: Mercenario de la muerte


La ventisca estaba más intensa que ayer, los árboles que guiaban mi camino desaparecieron. Estaba vagando en medio del bosque, ahora blanco por la nieve que azotaba como nunca. Dejé que el instinto me guiara, no moriría esta vez, no era mi primera ventisca ni mi primer acercamiento a la muerte.

Finalmente llegué a la cabaña, mi destino final de aquel día. Me resguardaría un par de días en lo que las ventiscas se disiparan. Ahí tendría fuego, comida suficiente y una cama cómoda para dormir, aunque mi empleador no sabe que prefería no dormir. Cada noche, mi pasado me atormentaba, recuerdos de mis demonios internos salían a cobrarse un pedazo de mi cordura cada que me atrevía a cerrar mis ojos. Así que no me podía permitir soñar, encendí la estufa para calentar agua y poder prepararme un café, cargado y negro por supuesto, lo suficiente para mantenerme despierto lo siguientes días y poder cumplir con la misión.

El agua comenzó a hervir y un pequeño zumbido comenzó a molestarme. Las memorias comenzaron a hacer de las suyas, los recuerdos comenzaron a salir y delante de mis ojos comencé a revivir el pasado, traté de luchar para no hacerlo, por primera vez mi mente me ganó, escenas de mi primera batalla como soldado estaban frente a mi. El zumbido fue causado por una detonación, aturdió a todo el batallón y como pude me levanté y corrí a cubrirme con mi fusil en mano comencé a disparar, a tratar de al menos retrasar al enemigo para que mis compañeros de armas pudieran protegerse. Entre la oleada de balas, una dama de blanco caminaba entre la arena. Era la primera vez que la notaba, esa figura que rompía con la escena de casquillos volando y sangre siendo derramada, ella sólo caminaba entre los muertos, siempre viéndome. Sobreviví, intacto, me dieron un par de medallas por esa misión suicida, medallas manchadas de sangre, a partir de ese momento mi paz mental nunca regresó.

Salí del trance, estaba cansado pero me negaba a dormir. Terminé de preparar el café y me senté cerca de la chimenea, las llamas danzaban salvajemente, tal como mi última misión con el ejército de mi país. Mi mente recreó la escena, la dejé fluir.

El peligro nos rodeó, Smith, Ramírez y yo nos abrimos camino como pudimos, disparando a cualquier punto pero buscando una manera de colarnos a una zona segura. Nuestro batallón quedó atrás, escuchamos gritos de dolor y voces pidiendo ayuda, llamadas de auxilio interrumpidas por la muerte. Volteé a mirar el incendio ocasionado por el apoyo aéreo, cadáveres calcinados yacían en el suelo, alguno que otro cuerpo en llamas caía después de sufrir; sin embargo, uno no estaba cubierto por el fuego, la dama de blanco caminaba suavemente entre los cuerpos, extendiendo sus delgadas manos hacia ellos, como queriendo tocarlos con delicadeza. Mis compañeros me apresuraron, desviando la vista a aquella escena de destrucción, a lo lejos las hélices de un helicóptero se podían distinguir, la radio sonó anunciando salvación y aliviados corrimos sin parar al punto de recolección. A nada de llegar, tanto nosotros como el helicóptero, una ráfaga nueva de balas nos cayó encima, recibí un par en mi pierna y mi brazo haciendo que me cayera, ahí temí por mi vida, me arrastré como pude, alcé la mirada y la dama de blanco caminaba hacia mí, la muerte venía a recogerme; sin embargo, Ramírez como pudo, me levantó y me dio fuerza para seguir corriendo, él huía del enemigo y yo de la muerte misma. La dama seguía caminando, viéndome como lo hizo hace años. El helicóptero logró aterrizar, Smith fue el primero en subir y extendió su mano para que la tomara y subir con él seguido de Ramírez, pero la muerte no fue piadosa con mi compañero, pues una bala atravesó su cráneo frente a mí haciendo que su cuerpo cayera de nuestra salvación. La dama de blanco extendió sus brazos, recibiendo al cuerpo asesinado de mi amigo. Ella solo me veía, esa mirada vacía quedó fija en mi mente por años, hasta el día de hoy.

El fuego de la chimenea se redujo bastante al momento de salir de mi trance. Rápido aventé más leña para avivar el calor. Me di cuenta que el café se había enfriado, revivir el recuerdo me hizo perder la noción del tiempo. Caminé hacia la ventana para revisar la fuerza de la ventisca, aún estaba fuerte, afuera estaba todo blanco.

El frío era bastante fuerte, me acerqué al clóset y tomé una cobija para cubrirme con ella. Me senté en la cama, el sueño comenzó a vencerme, mi mente comenzó fluir recuerdos, mis demonios, a mostrarme más recuerdos de mi cortejo con la muerte: Rusia, mi primera tormenta de invierno y mi primera misión como mercenario, rodeado nuevamente de enemigos, herido de gravedad y, aún así, la dama de blanco no reclamó mi alma. México, los federales estaban detrás de nosotros, mientras estaba de infiltrado en el narcotráfico sólo para matar al capo y cobrar por ello, nos rodearon y atacaron el lugar pero aún así, con la cabeza del líder del cartel en mi mano y mi dinero en la otra viví y la dama de blanco no reclamó mi alma. El asesinato de la familia Fiora, entré, maté a toda la familia en el cumpleaños de la abuela y salí intacto, la dama de blanco se encontraba justo en medio de los cuerpos, viéndome. El clan del Tigre Manco en Japón, casi muero contra los samurai de no haber sido que planté los explosivos como método de escape, derrumbando el antiguo palacio y sepultando al clan con ellos y la dama de blanco esperando sus almas.

Desperté, sudado por las pesadillas, caí dormido en algún momento de la noche. La ventisca se detuvo, por el cielo despejado deduje que no tenía mucho de haberse disipado. Corrí a mi maleta, agarré mi arma para la misión, me coloqué mi chamarra, mi gorro y salí del refugio. Caminé y caminé durante horas, hasta que la base militar apareció montaña abajo. Preparé mi rifle, ajusté la mira y empecé a buscar a mi objetivo. “¡Ahí estás!”, pensé, lo seguí por un momento y esperé a tener un tiro limpio. Esperé, esperé y disparé. Guardé mi arma de inmediato y me alejé del sitio. El cielo comenzó a soplar más fuerte, otra ventisca se aproximaba, así que apresuré el paso.

Llegué al refugio y el dinero de mi trabajo estaba ahí esperando sobre la mesa. Lo tomé, le di un vistazo rápido, coloqué explosivos para detonarlos a distancia y así darle más ventaja a mi escape. Me abrigué aún más y contra todo el pronóstico de sobrevivir a la ventisca, salí del refugio. Lo que vi después me dejó aún más helado, la dama de blanco se encontraba al borde del bosque, esperando a alguien por supuesto. Escuché movimiento en la nieve así que solté todo y me armé pero fue demasiado tarde. Un disparo en el pecho me tumbó contra la pared de la cabaña; la sangre que brotaba de mi cuerpo era demasiada. Voces hablando en suizo se acercaban, la dama de blanco se acercaba más. Saqué el detonador y esperé a ver a mis agresores cerca de mí. En minutos estaba rodeado, sin duda eran los de la base militar, un par de ellos se acercaron para tratar de capturarme, dejé que lo hicieran, dejé que me arrastraran hasta el líder del pequeño grupo y cuando lo tuve frente a frente sólo sonreí y miré a la dama de blanco.

—Creo que esta vez sí te acompañaré, señorita.— Alcé mi mano e hice volar todo el lugar.

Desperté, el fuego iluminaba todo pero la ventisca coloreaba el ambiente en tonos naranjas claros. Me levanté y revisé mi cuerpo, la herida que me hicieron. Estaba intacto. La dama de blanco salió entre los cuerpos y se dirigió a mí con los brazos abiertos, sonriéndome.

—Sin duda alguna, eres un humano excepcional. Un verdadero mercenario de la muerte, has hecho un muy buen trabajo, trayendo muerte a todos con los que te topas. Dime, ¿te gustaría acompañarme, por fin descansar de tus demonios o prefieres seguir matando, cosechar almas mortales para mí?

Los recuerdos de ese encuentro siempre llegan a mí cuando estoy por disparar. La Muerte siempre está a lado del mortal que necesita morir, haciendo más fácil mi trabajo como mercenario de la Muerte misma.

Comentarios

Podría interesarte