Viaje 3 | Estupidez

Ayer me sentí súper estúpido. El viaje ocasionó que llegase a la nueva ciudad sin dinero y, como buen adulto independiente, andamos viviendo casi al día pero nada que el día de quincena no arregle. Pero bueno, mi novia me depositó un poco de dinero para ir a cambiar nuestro garrafón por uno lleno. Decidido, me puse mis tennis, agarré las llaves, salí de la casa, saludé a la vecina y ahí me di cuenta que no había agarrado las llaves del carro. 

Al darme la vuelta me percaté que, como buena costumbre, cerré con seguro la puerta. Saqué mis llaves y lo que sentí después de colocarlas en la cerradura, bueno, fue una sensación entre miedo, estrés, una verdadera incertidumbre en lo que estaba sucediendo y lo que pasaría después.

La llave que creí que era la correcta, entró perfectamente a la cerradura; sin embargo, no dio vuelta. La perilla no cedía. La llave no era la correcta pero no giraba. Usé más fuerza (claro, porque si la misma mecánica no lo resolvió, usar la fuerza lo haría. Aunque sí pensé romper la cerradura con una patada.) Tomé aire, subí el cierre de mi chamarra, acomodé el candado del cancel (otra pinche cerradura que tiene maña para abrirse, aunque eso es bueno) y caminé hacia una de las pocas avenidas que ubico en esta ciudad.

Pensé en lo que pasó: Me quedé afuera de mi casa. Tengo una llave que no da vuelta la cerradura. Mi novia se encuentra a unas cuantas cuadras, unos cuantos semáforos, en casa de su mamá y pues en una hora aproximadamente se vendrían juntas en carro para acá. Si camino rápido, tal vez las alcance, pida sus llaves y me regrese caminando o con ellas (después de todo seguía en horario laboral).

Caminé y caminé. ¡Maldición! Sí que hacía frío esa tarde. Así es, frío por la tarde; pero con la caminata hasta donde estaba mi novia, más el sol de esa tarde y el enojo de mi estupidez me hizo entrar en calor. 

Ya había ido a la casa donde se encontraba mi novia, en carro la primera vez. Esta segunda vez me di cuenta que por desconocer una ciudad nueva, las distancias se hacen eternas. Pasé las dos plazas comerciales cercanas a mi casa y aún así, sentí lejano el lugar de destino. Tenía una referencia para saber que ya había llegado: una llantera en la esquina de un callejón. Caminaba y caminaba y esa llantera no aparecía. En mi mente pensaba en lo peor que podría pasar si llegaba y mi novia no estaba. Pensé: "No pasa nada, seguro ya estará de regreso en la casa y cuando yo regrese ella me podrá abrir, aunque al no verme, se preocuparía. Sí, eso sería lo peor. 

No sé cuántos semáforos crucé, ni con cuántas personas me crucé, pero finalmente di con la llantera y finalmente di con el callejón. Honestamente, no recordaba nada del callejón aunque sí la casa, vagamente. Caminé despacio y mirando siempre hacia atrás (ustedes saben, precaución). Una moto de un repartidor pasó por mi lado y llegó a su lugar de entrega, la cual curiosamente se parecía a la casa de mi destino... Aunque, no se parecía en nada a lo que yo recordaba. El repartidor entró en la casa y me acerqué para ver si veía a alguien conocido, aunque el repartidor me topó de frente y me detuvo. Me cuestionó y yo entré en pánico justificando haberme equivocado (de hecho, sí, me equivoqué). Salí al callejón otra vez y esta vez caminé más lejos hasta que ubiqué una pared conocida y los ladridos de los perros comenzaron a anunciarme. Llegué a una casa similar a la anterior, el color me parecía similar y al tocar la puerta principal los ladridos de tres diferentes perros me sonó muy familiar. Era la casa correcta.

Me acerqué a la puerta. La primera puerta, un mosquitero de metal, se encontraba abierta. Toqué la siguiente puerta suavemente pero con suficiente fuerza para asegurarme que se hubiera escuchado. Obviamente los perros sí escucharon, ellos serían mi timbre.

Nada. No había movimiento, solo garritas rasguñando en el otro lado de la pared. Esperé y esperé, pero nadie se asomó, incluso yo me asomé pero al ver todo oscuro, me desanimé y regresé por aquel desconocido callejón.

Justo lo que había pensado mientras caminaba hacía allá. Existía la posibilidad que al llegar, nadie estuviera y en verdad estuviesen yendo hacia mi casa. Hasta pensé que pudimos cruzarnos sobre la misma avenida, pero por supuesto no nos habríamos visto. Salí del callejón y caminé exactamente por donde vine.

Caminaba rápido, quería llegar rápido a mi casa. No sabía cuánto tiempo había pasado desde mi estupidez. Mi falta de condicionamiento físico hizo que mi pierna me doliera, se me torciera un poco el pie, pero no sentí el cansancio. 

Faltaba una cuadra para llegar, finalmente di la vuelta a la calle pero mi carro estaba solito. Pasé frente a la ventana y un maullido me hizo voltear hacia adentro. Mi gata me veía y maullaba, entre alegre y desesperada de estar solita. Llegué al portón, quité el candado y volví a meter la llave que supuestamente era la correcta. Giré la cerradura pero no dio la vuelta. Patear y romper la cerradura volvió a pasar por mi mente pero me calmé. Giré nuevamente la cerradura pero siguió sin ceder. El estrés me invadió nuevamente y decidí esperar, ahí, afuera. Mi gata seguía maullando, sus garritas arañaban la puerta. Sentía su desesperación en su maullido.

Las personas pasaban, sentía miradas con ideas incorrectas hacía mi situación. Me sentí intranquilo, estresado otra vez. Metí otra vez la llave, esta vez no fue hasta el fondo. Giré la llave y lentamente la puerta abrió. Mi gata me recibió maullando, restregándose en mis piernas.Ahí estaba el garrafón que debía haberme llevado. Las llaves de mi carro seguían colgadas, intactas de que jamás se me cruzó por la mente tomarlas. 

Me acerqué a la mesa, revisé de no haber recibido mensaje alguno del trabajo. Vi el reloj, solo una hora había transcurrido. Agarré mi celular para ver si mi novia me había mandado mensaje. ¡Y sí lo hizo! Rápido lo revisé y era una foto de ella, toda preciosa dentro de la casa donde toqué hace no sé cuánto tiempo... Revisé la hora del mensaje, revisé nuevamente la hora actual. Hice matemáticas y le mandé de inmediato un mensaje preguntando su ubicación (nada tóxico, claro). Ella contestó lo que sospechaba después de mi rápida estimación con el tiempo. 

Escuchó que alguien tocó la puerta pero se asustó. Sí, me enojé. Sí, me reí también. Casi lloro de lo estúpido de la situación. Agarré el celular, subí el garrafón, todas las llaves necesarias, dinero y fui por el maldito garrafón.

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