Anécdota del Bartender: Dulce recuerdo de un posible amor del pasado


Era temprano y ya el bar comenzaba a llenarse. Tenía a los bebedores usuales sentados en la barra y uno que otro nuevo en los cajones; supongo que la soledad era la mejor compañía que buscaban en esos momentos. Esa noche los usuales comenzaron a contar sus anécdotas entre ellos, que si del trabajo que de su pareja o infidelidades, en realidad, historias clásicas que probablemente olvide; sin embargo, ya avanzada la noche, uno de los bebedores nuevos ocupó un asiento que recién había quedado libre. Tímido, inició una pequeña platica conmigo, las clásicas preguntas sobre mi trabajo, el tiempo y lo que quiere hacer de mi vida.
—Sí que sabes escuchar, cantinero.— Me dijo ya al final.
—Educación principalmente —reí—. Es parte del trabajo, aunque a veces hay clientes que me cuentan unas anécdotas muy interesantes, unas deprimentes casi siempre pero historias después de todo.
—Sí, justo de eso me di cuenta, y, por eso me acerqué.— Dijo viéndome a los ojos. En ese momento, me di cuenta del hombre con la mirada nostálgica, su cabello castaño oscuro se encontraba desarreglado. Vestía un saco de vestir pero con una playera de algún superhéroe de historietas, un pantalón de mezclilla con los clásicos hoyos simulando desgaste natural por su uso, eso quería creer. Bebió de un sólo trago el bourbon que le sobraba y me pidió otro trago. Serví y de inmediato le dio un sorbo. Dejó el vaso cuidadosamente sobre la barra y dijo:
—Creo… —dudó—. Creo que estoy listo para contar mi historia, no sé si sea triste o feliz, sólo la contaré y ya, la podrás juzgar después.
—Las historias no se juzgan, sólo se escuchan y algunos, sólo las coleccionamos.— Contesté.
—Eso me dijeron, por eso vine a este bar…

Curiosa juventud

Era adolescente, habré tenido unos quince años de edad. Estaba por cursar el segundo año de la escuela preparatoria. Y como buen adolescente, era un chico muy solitario. Mis amigos se habían cambiado de escuela, y aunque los seguía viendo, la escuela se tornó muy solitaria, así que los libros se convirtieron en mi salvación durante la hora del descanso. Siempre buscaba un espacio con sombra, aunque por vivir en la ciudad, no había muchas áreas verdes sino concreto. Eso no me molestaba, mientras pudiera leer mientras almorzaba mi sándwich, y mirar de reojo a las chicas, yo estaba feliz. 

Nunca fui bueno con las chicas; sí, tuve una que otra novia adolescente pero por la misma juventud, el amor para toda la vida no duraba y siempre terminaba solo. No me molestaba, acepto que me divertí y disfruté cada uno de los noviazgos, pero nunca me dejaron satisfecho con el concepto del amor adolescente.

Mi físico me ayudaba, a veces, a conocer chicas bonitas, las típicas chicas populares pero no tanto como la número uno (en popularidad) de su clase, digamos que las segundas en popularidad y que aún así, eran atractivas. Aunque, los libros me tenían más emocionados que buscar a mi siguiente novia, nunca me di cuenta de una chica un año mayor que yo. No recordaba su nombre en ese momento, no recuerdo cómo la conocí siquiera; sin embargo, empecé a notar ciertas miradas de su parte, cada que pasaba frente a mi cuando leía sobre mi pedazo de concreto. A pesar del juego de miradas, decidí ignorarlo, pues no estaba interesado y no creí que alguien como ella, la mejor amiga de la más popular de su salón y posiblemente también de toda la preparatoria, se fijase en mí. Aunque, el juego de miradas creció, y eso incluyó miradas por parte de su amiga, cuyos ojos trataban de hacerme entender que su amiga, tenía algo que decirme. Como buen chico adolescente, nunca entendí la señal.

Carolina, la chica que me sonríe

Esta chica me sonreía más y cada día buscaba la manera de cruzarse por mi camino para poder hacerlo. Como mencioné, ella cursaba un grado más que yo, así que realmente coincidir era difícil, pero ella lograba hacerlo, no sé cómo pero lo hacía. La verdad, no me molestaba, ni había considerado la posibilidad de que yo le gustase, si quiera; sin embargo, todo eso cambió cuando mi grupo se empezó a juntar más con el suyo, y así fue cuando por fin nos presentaron oficialmente.

—Hola, soy Caro —Me habló con una seguridad envidiable, así me habría gustado ser de seguro.
—Hola… Soy Daniel.— Contesté, tratando de que su seguridad no me intimidara, no porque me diera miedo, simplemente nunca fui bueno hablando las primeras veces con las chicas.
—Lo sé —me sonrió—. En ese momento fue cuando la miré por primera vez en verdad. Sabía que existía, sabía que era ella cuando la veía de lejos al pasar por la ventana a lado de su salón, pero jamás la había visto como lo hice aquella ocasión. Carolina era una chica morena, tenía cabello negro y lacio, unos ojos pequeños color negro y un rostro bastante fino, una figura bastante delgada con atributos femeninos acorde a una chica de dieciséis años, ni mucho ni poco, lo normal para un chico fijado. No era muy bonita, a pesar de lo que bien que la describí, pero algo captó mi atención de su rostro y era que para mí siempre tenía una sonrisa. Eso, me embobó como nunca. Su sonrisa era sincera, bastante bonita y, al parecer, sólo la tenía para mi. Eso último fue suficiente para empezar a verla con otros ojos.

Seguimos platicando, conociéndonos, riendo y, quiero creer que por cosas del universo, enamorándonos; eso último, no lo sabía y realmente no me importaba, lo que fuera que esta fuerza misteriosa que nos mueve cada día quisiera de mí con ella, yo me estaba dejando llevar. A partir de ese día, todo cambió. 
Sólo nos veíamos durante las horas libres y descansos dentro de la escuela. Vivía bastante lejos y mis papás me recogían; ella, al contrario, vivía bastante cerca y caminaba de regreso a casa, así que vernos después de clase nos era imposible pero sí disfrutábamos aquellos minutos que teníamos al salir de la última asignación, y más cuando los profesores nos dejaban salir más temprano. Conversábamos de cualquier cosa, clases, universidad, amigos y enemigos, cosas de la edad supongo. 

Para poder continuar con mi historia, tengo que mencionar lo siguiente: Como el adolescente que era, mi mente no estaba estable. No malinterpreten, no estaba deprimido, simplemente mi comodidad dentro de la escuela ya no existía, y eso que había encontrado a una chica con quien estar y compartir; sin embargo, extrañaba mucho la compañía de mis otros amigos, y, principalmente, extrañaba no sentirme solo.

La oportunidad que no se dio

A pesar de lo anterior, de todo lo mencionado, mi mente comenzó a planear lo siguiente, cambiarme de escuela y dejarme llevar por esa decisión. Formé la idea en mi cabeza y pedí consejo primero a mis amigos (claro, un adolescente aconsejando a otro), y luego a Carolina misma.

—Haz lo que te haga feliz.— Me dijo. Sin enojo o tristeza, simplemente lo dijo, mostrándome una de las últimas sonrisas que me mostraría.
—Por eso te pregunto, ¿qué harías tú?— Volví a preguntar.
—Por eso, Daniel, haz lo que te haga feliz.— Dijo nuevamente, su rostro era el mismo pero el tono de su voz me reveló lo que ella ocultaba: tristeza.
—¿Qué te gustaría que hiciera, Carolina?— Pregunté.
—Eso es fácil —sonrió—. Quiero que seas feliz, estés aquí o en otro lugar, yo seguiré para ti, si la vida así lo desea.— Palabras muy maduras para alguien de nuestra edad, sin duda; sin embargo, era una de las cualidades que me gustaban mucho de ella, su madurez.

La decisión fue obvia, decidí cambiar de escuela a mitad de año y comencé a buscar escuela que me aceptara justo en la inusual condición. Mis calificaciones me respaldaban, así que no fue necesario un examen de admisión para depender de mi entrada o no. Comencé con los papeleos y, como mencioné, mis calificaciones me ayudaron a exentar los últimos exámenes del semestre, así que dejé de ir a la escuela por lo mismo, y por ende, dejé de ver a Carolina. Seguíamos en contacto vía mensaje de texto, (sí, así de vieja es mi historia) pero la relación que teníamos se fue apagando poco a poco. La última vez que nos vimos en la escuela, siempre la recordaré.

Llegué a la escuela, en un horario atípico además de que los estudiantes se encontraban en exámenes finales. Ese día llegué por mi cuenta, y realmente no quería perder tiempo, así fue que llegué directo a la coordinación por mis últimos papeles y salí, directo hacia la puerta principal; pero una voz gritando mi nombre me detuvo.

—¡Daniel!— Escuché y volteé mi cabeza hacia la voz. Era Carolina, quien corría hacia mí y con dicha fuerza se aventó a mis brazos y apretó fuerte. Ese abrazo fue el más sincero de todos los que alguna vez ella me dio. La abracé con la misma intensidad, nuestras respiraciones se volvieron una y poco a poco, nuestras miradas se cruzaron y nuestras mejillas comenzaron a pegarse más y más, los labios reclamaban probarse entre sí, sentí su respiración en mi rostro y podría jurar que escuchaba ambos latidos subir de velocidad. Nuestros labios casi se encuentran, estaban a centímetros de reclamar el beso que aún no recibían, pero, fuimos interrumpidos. Los gritos de los niños que salían a su receso nos sacaron del trance, rompieron la conexión que formamos en ese momento. Terminamos separándonos, el abrazo se interrumpió tan seco y sólo nos miramos directo a los ojos deseando que ese beso se hubiera dado; vacío, una sensación desgarradora sin duda, yo, al menos, me sentía incompleto, pero ya no podíamos hacer nada. Nos despedimos, un beso en la mejilla como cualquier otro y eso fue todo. No la volví a ver hasta un año después.

Extrañas memorias que se desvanecen con el tiempo

Visitaba a un amigo en su trabajo después de clase. Platicábamos y reíamos hasta que me tuve que retirar; me despedí y al salir de su trabajo me topé de frente con Carolina. Fue tal la sorpresa que no reaccionamos de ninguna manera, ella me sonrió y platicamos a medias nada más pues tenía que retirarse. Esta vez me tocó verla ir, y en mi corazón sólo sentí un vacío y una nostalgia enorme, su sonrisa ya no era la de antes.

Pasó el tiempo nuevamente y el momento de ingresar a la universidad llegó. La vi un par de veces entre clases y coincidimos otro par caminando por los mismos pasillos, pero definitivamente, las memorias que compartimos, comenzaron a desvanecerse hasta terminar siendo sólo eso, un dulce recuerdo de un posible amor del pasado.

Pero preguntarán por qué la vuelvo a recordar después de que decidimos, decidí, dejar esos recuerdos en el pasado y dejarlos por la paz. La razón es sencilla, básicamente es por la cual estoy el día de hoy bebiendo, no por ahogar mis penas o los recuerdos que alguna vez tuve, al contrario, es para entender la nostalgia que mi corazón sintió al volverla a ver, una vez más.

Ya era el crepúsculo, el sol ya se había ocultado pero todavía la luz iluminaba un poco los cielos. Ese día salí tarde a mi nueva rutina de caminar unos cuatro kilómetros, por salud claro está. Crucé la carretera y al llegar al otro lado, una figura bastante atractiva, una morena con el pelo agarrado y usando lentes de armazón grueso cruzó a lado mío. Volteé a verla tal como el hombre respetuoso que soy, y aquel rostro mirando el camino me pareció familiar, definitivo era Carolina. Me di la vuelta y la vi alejarse del otro lado de la carretera, la vi perderse una vez y los recuerdos que había decidido dejar ir, regresaron: Nostalgia una vez más. Caminé mis cuatro kilómetros pensando, recordando el posible hubiera que pudimos vivir. No malinterpreten, no me arrepiento porque ella me ayudó a decidir, sólo pienso en qué hubiera pasado en caso contrario a mi decisión.

Llené su vaso una vez más. Daniel se quedó en silencio viendo el vaso con licor. Miré a mi alrededor, ya no quedaban muchos clientes, en realidad, los restantes ya se estaban empezando a retirar. Miré mi reloj y supe que ya era tarde.
—Esa… —suspiró—. Esa fue mi historia. ¿Valió la pena?— Finalmente dijo.
—No sabría qué responder a decir verdad. ¿Aún sigue enamorado?— Pregunté sin pensarlo.
—No —rio—. No, no, enamorado no. Sí, acepto que lo estuve y no sabía darle nombre a lo que sentí de joven estando con ella. Sólo que, al verla una vez más, tan mujer, tan diferente, no pude controlar la nostalgia que provocó en mi.
—Eso no lo podemos controlar. Siempre, y como dijiste, nos quedaremos con la curiosidad de saber lo que pudo o no haber sido, no por arrepentimiento, simplemente por curiosidad, por el morbo de una historia alterna; después de todo, somos...
—Somos humanos —interrumpió—. Somos humanos y tendemos a sentir.— Bebió de un trago lo servido y se levantó acomodándose su ropa.
—Así es.— Sólo agregué mientras él sacaba de su cartera un billete y lo dejaba sobre la barra.
—Gracias, gracias por escucharme. —Se marchó.
—Sólo soy un bartender… —Salí detrás de la barra y comencé a recoger los vasos y copas vacíos para prepararme a cerrar. Mi noche había terminado.

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