Y al final, la muerte llegó: Perseguido


Corro, no miro atrás, sé que me está siguiendo pero no sé cuánta distancia hay entre los dos, entre el filo de su arma y mi piel. Sigo corriendo, veo una luz muy tenue, ¿una cabaña? No importa, podré perder a mi atacante en ese lugar, incluso pedir ayuda.

—¡AYUDA, POR FAVOR AYUDA!— Grité desesperado, golpeé la puerta lo más fuerte que pude. Una figura delgada y alta, vestida de blanco y cabello negro lacio se acercó a la puerta y sin preguntar, me dejó pasar. Sin pensarlo, entré de manera brusca y cerré la puerta con todos los seguros que vi.
—¿Quieres un vaso con agua?— Finalmente dijo extendiendo su brazo hacia mí. Acepté sin pensarlo y lo bebí de inmediato. No recordaba cuánto tiempo estuve corriendo así que sentir el líquido vital dentro de mí fue muy placentero.
—¿Tiene teléfono o algo que me pueda ayudar? Estoy siendo perseguido, por favor ayúdeme.— Supliqué. La mujer señaló hacia las escaleras y se retiró hacia otra habitación. Caminé de prisa hacia las escaleras, confundido busqué a la mujer dentro del cuarto, pero no había nadie, de hecho, ahí me di cuenta desde que entré, las condiciones de la cabaña. Lo que parecía ser la sala sólo tenía un sillón despedazado, un televisor con la pantalla destrozada y muchas hojas secas. Esto me dio mala espina y decidí subir a la siguiente planta. Las escaleras rechinaban demasiado así que traté de subir lo más silencioso posible. El tapiz de las paredes estaban rasgados y podía verse a través de la madera misma, putrefacción y uno que otro insecto se asoma y se paseaba entre los hoyos de la pared.

Llegué al pasillo, estaba oscuro pero al otro extremo pude distinguir una luz, un haz que tenuemente iluminaba el bosque por donde venía, caminé directamente a la ventana y vi a la mujer de blanco sosteniendo algo en su delgada mano. Traté de enfocar mi vista y de inmediato distinguí la lámpara de mano de mi persecutor. La sangre se me heló, pude sentir cómo bajaba hasta mis pies. El corte de un cartucho cimbró toda la cabaña.

—¡Ahora sí, hijo de la chingada! ¡PAGARÁS POR LO QUE LE HICISTE A MI NIÑA!— Gritó una voz a mis espaldas. Cerré los ojos y sólo recuerdo escuchar un disparo y frío recorriendo por mi espalda.

Comentarios

Podría interesarte