El Búho y el Lobo



–El arte familiar es una técnica muy complicada. Es difícil lograr que alguien o algo haga vínculo con uno.– Me advirtió Kjita. Tenía tiempo sin recordarla, mi primera maestra. Kjita era una leónida de lo más ruda, literal, si yo jamás hubiese estado usando la capa de padre ella jamás me habría reconocido y tal vez estaría aún usando mis huesos como mondadientes. Ella me enseñó todo lo que tenía que saber y más.

Me encontraba perdido en el bosque negro de Merrod’n, mi compañía y yo nos tuvimos que separar después de haber sido emboscados por un grupo de reptilianos y para mi mala suerte, unos cuantos me perseguían. Me encontraba con pocas flechas y perdí mi espada en el escape así que atacarlos sigilosamente era mi opción para sobrevivir; estaba oculto en las ramas de los árboles, esperando pacientemente a que fuera apareciendo. Era la primera vez que me enfrentaba solo y frente a frente contra la raza reptiliana. Con eliminar a uno y robar su espada, sería suficiente para hacer frente a los demás.

–¡Concéntrate, Jace! Necesitas vaciar tu mente y la magia fluirá.– El recuerdo de Kjita regresaba. Estaba demasiado nervioso para comenzar a conjurar. Tenía que honrar sus enseñanzas de otra manera. Olí uno de ellos; sí, realmente apestaban a lodo y pantano, vi movimiento en los matorrales así que cargué mi arco con la flecha, tensé la cuerda y esperé. Un reptiliano cargaba mi espada, la olisqueaba un poco y después buscaba un aroma en el ambiente: mi aroma. Tensé más fuerte la cuerda, apunté a su cabeza y disparé. Cayó, fue un disparo sordo y certero. Bajé despacio y corrí hacia el cuerpo, guardé mi espada y seguí moviéndome, adelante, siempre hacia adelante.

–¡Agacha la cabeza, Jace!– Escuché e instintivamente lo hice. Una flecha pasó por mi mejilla logrando rozar mi rostro. De las sombras salió un reptiliano ya con espada en mano, a mi espalda Kjo salió en mi defensa. El choque de espada era impresionante, la técnica de caballero leónido de Kjo era magistrales pero la técnica del reptiliano le hacían batalla.

–¡Jace, cuidado!– A mis espaldas otro reptiliano salió en busca de pelea. Alcancé a esquivarlo y saqué mi espada. Mi contrincante me sacaba el doble de mi estatura y su hacha de dos manos intimidante; me preparé para su primer ataque, su fuerza era tan poderosa que me dolió chocar armas contra él; tenía que pensar otra manera, Kjo también tenía su pelea y no podía esperar a que terminara, no más, esta era mi primera pelea real desde que me aventuré con esta compañía. Otra estocada y esta vez esquivé quedando a una buena distancia; rápido guardé la espada y pensé en calor. Mis manos se incendiaron y sin tardar grité:

–¡k’ire! –una bola de fuego salió de mis manos y pegó al reptiliano quien apenas logró bloquear con su hacha. De inmediato recordé las palabras de mi maestra: “Vaciar mi mente y la magia fluirá–. ¡K’ire! –otra bola salió y en ese momento vacié mi mente. No me importó si mi contrincante esquivó o recibió mi flama, me concentré para recitar el siguiente hechizo y sólo lo susurré:
–k’liar. Sólo espero haga vínculo con un animal lo suficiente grande para ayudarme.– me dije, pero nadie vino a mi ayuda.
–¡Rápido, Jace! ¡Huye, te alcanzo!– Kjo me ordenó mientras bloqueaba ataques enemigos. Sin pensar, hice lo que me dijo y salí corriendo del lugar.

El reptiliano con el que luchaba, salió detrás de mí. Corrimos durante un buen tramo, hasta llegar a una parte del bosque libre de árboles.

–No más.– Me dije. Me detuve y preparé mi arco con una flecha y apunté. Vi una sombra en el suelo, una sombra de un ave posó en el árbol más cercano. Un búho me miró y yo lo miré. Sus ojos parecía un universo en cada esfera. Extendió su ala como que señalando el camino; con la mirada observé hacia donde señaló y vi un sendero, de repente el búho voló rápido como si algo lo asustara y el reptiliano salió entre los árboles.

La luz de la luna iluminaba lo suficiente. Podía ver las quemaduras que mi hechizo le hizo y aún más claro veía los colmillos y su ira que tenía, no estaba muy contento de lo que hice así que nuevamente preparé mi arco y flecha. El búho embistió de la nada y el reptiliano bajó la defensa, yo me quedé estupefacto ante la escena y el búho regresó al árbol y me lanzó una mirada como si estuviera esperando a que yo hiciera algo. El reptiliano chillaba, agarraba su rostro sangriento mientras con el otro tomaba distancia. El búho me señaló con su ala a mi contrincante, entendí qué tenía que hacer.

–No es honorable– susurré. El búho ululó y sólo se dedicó a observar.
–¡Pequeña rata!– el reptiliano se repuso, un ojo le sangraba pero el otro estaba posado en mi. Levantó su hacha y se preparó.

Disparé flechas y fácilmente las esquivó. Seguí disparando hasta quedarme sin una sola flecha. El reptiliano esquivó todas. Guardé mi arco y saqué mi espada, dispuesto a pelear hasta que alguno de los dos cayera.

–¿Cuál es tu nombre reptil?– pregunté.
–¿Para qué demonios quieres saber?– dijo entredientes.
–Es mi primera pelea 1vs1 real, donde la sangre es real y la muerta también será real. ¿Me gustaría saber mi nombre para recordarte.
–R’yl, y a mi no me interesa recordarte renacuajo, te desollaré cuando termine contigo.– Se abalanzó.

Chocamos acero, choque tras choque. No cedí y obviamente él no lo haría. Chocamos una vez más y me dio tremenda patada que salí disparado. Me siguió y me hizo tremendo corte en el costado. Grité de dolor pero rápido lancé una estocada que lo hizo retroceder. Sangraba mucho pero aún podía pelear por mi honor. La noche era fría y no había más sonido que el del búho ululando. El sería el testigo de mi vida o mi muerte, esos ojos con el universo entero en cada esfera. R’yl siguió lanzando estocadas de muerte, esquivaba, defendía con mi acero. Mi mano libre empezó a calentarse: “Fuego pensé”. Incendié mi acero y logré que retrocediera.

–¡Argh! ¿Qué eres?– gritó mientras cubría su ojo por la luz de mi flama azul.
–Soy Jace y más te vale que recuerdes mi nombre a dónde sea que te vayas después de quitar la luz de tu único ojo.– ataqué con estocadas rápidas y precisas. R’yl no pudo detener todos mis golpes, acerté en su pierna, cayó y enterré mi espada en su brazo, soltó su hacha y finalmente se detuvo.
–Me rindo.– dijo con cobardía, apenas contenía su aliento.

–¿Últimas palabras?– pregunté
–Tienes razón, Jace. No olvidaré tu nombre.– Extendió sus brazos esperando el abrazo de mi acero. Y así fue, una sola estocada en la yugular, sin dolor ni nada, la vida de su ojo se fue.
–Tampoco olvidaré tu nombre R’yl.– Saqué mi espada de su cuerpo, me relajé un poco y me fui hacía la vereda que el búho me señaló.

Sangraba y ya perdía sangre rápido. Mi fuerza se había agotado. Caminé y caminé, con la sombra del búho a mi lado, aunque bajaba de vez en cuando para indicarme el camino. No sé o no noté el momento que los árboles me cobijaron con un techo verde, el búho volaba de rama a rama esperando a que me acercara y él pudiera volar a la siguiente rama. El camino verdoso se transformó en un camino arenoso. “¿El templo lupino?, pensé. “¿El búho me está guiando a el templo?, y así fue, el camino arenoso me llevó al templo de la cultura extinta de los Lupinos que mi compañía y yo estábamos buscando.

Entré con cuidado, o lo mejor que pude pues no estaba seguro cuánto me quedaba para desmayarme en su totalidad y morir desangrado. Seguí al búho que aún me guiaba dentro del templo, “¿Qué raro? Hay pasillos iluminados”, pensaba mientras caminaba recargado en los muros. Llegamos a una recámara con cuatro antorchas iluminando, una en cada esquina, y con un tragaluz en su techo para que la luz de la luna entrara por ahí.

–¿Luna llena? ¡Qué gracioso! Por la pelea no me di cuenta de lo hermosa que está hoy.

Un sonido familiar y un dolor insoportable en mi hombro izquierdo apareció. La punta de una flecha me atravesaba. Sólo caí en mis rodillas y volteé la cabeza para ver a mi asesino. Mis ojos no podían creer lo que veían.

–Pensaba que su raza estaba extinta.– dije con asombro.
–¿A qué vienes criatura sin pelo?– dijo el último lupino. Vi el arco que portaba.
–Se suponía que venía por ese arco, pero creo que ya tiene dueño y pues estoy al borde de la muerte. –El búho reposó en el hombro del lupino–. ¡Oh, así que es tuyo! Sabía que mi magia familiar no era tan buena, ahora entiendo que me trajo a una trampa. ¡Qué triste!
–Con que es así, ¿eh?– dijo al búho.
–¿Estás hablando con él?– me asombré, mi vista me empezó a fallar.
–Lo lamento, Jace. Sin duda Kjita estaría orgullosa de tu magia. Este familiar es la muestra de dicho talento. Terminando tu misión, deberías de ir Runa’n y graduarte de la escuela de magia para terminar tu formación. Yo ahí estudié.
–Pero creo que moriré antes de ir, me disparaste y tengo una estocada en mi costado.
–Soy L’roar, el último lupino de mi especie. Te puedo salvar y así podrás cumplir la misión. Pero primero dime algo Jace. ¿Cómo conseguiste esa capa?
–Herencia, de mi padre. ¿Salvarme? ¿Cómo lo harás?
–Con que Jared tuvo un hijo. Increíble.– Al escuchar ese nombre, sentí como mi alma regresaba a mi cuerpo. “Jared” pensé.
–¿Lo conociste?– pregunté ansioso.
–Claro que lo conocí. Fuimos compañeros de aventuras alguna vez. Eran otros tiempos, cuando habíamos muchos lupinos, los reptilianos no estaban en transición en dejarse llevar por su lado animal, los elfos artefactos aún eran bondadosos y los corvus aún tenían consciencia. Por tu rostro, ¿no crees que tengo más de mil años, verdad? Estaba esperando al último de tu clase, Jace.
–Perdón, me perdí en la parte de los mil años, ¿último de mi clase? Dicen las malas lenguas que mi padre sigue vivo y quiero encontrarlo.– dije con el poco entusiasmo que mi entrecortado aliento me dejaba.
–Tu padre ha muerto, a mano de los mismos hombres que te trajeron a esta tierra salvaje. ¿Buscas respuestas? Termina tu misión y sigue entrenando en Runa’n. Te sugiero que estudies magia, te enamores y sigas con tu vida.
–Entonces eso haré, o pude haber hecho, me sigo muriendo, ¿sabes?
–Cuando termine contigo, me convertiré en cenizas. Hazme caso, chico. No hagas preguntas cuyas respuestas pueden lastimarte.– me dijo con mucha seriedad en su tono de voz.
–¿Qué sabes de los sacerdotes blancos?– tenía que preguntar. Él sabía más de lo que esta tierra salvaje pudiera saber.
–Sólo sé que alguna vez portaron capas como la tuya, tenían sed de poder y empezaron a aniquilar a sus hermanos capa negra, adoptando el color blanco por ser el contrario del negro, creyeron que serían seres de luz y no de oscuridad, pero sus ideas y creencias pueden ser erróneas para los demás. Pero, en teoría, ya no existen, al igual que los capas negras.– terminó de decir, agarró su daga y se hizo un corte profundo en sus muñecas.
–¿Qué estás haciendo?– me asusté.
–Salvándote. –miró a la luna–. Sentirás los cambios una vez que despiertes, ahora bebe.
–¿Beber tu sangre?– había escuchado que así nacieron los primeros licántropos, muy pocos logran controlar esa bestia, dudé en beber su sangre. Y por los pensamientos de mi cabeza, supe que L’roar lo sabía.
–Sí, así nacieron mis primos licántropos. No, no serás un licántropo, serás algo diferente, algo mejor aún: Serás tú, el último capa negra.
–¿Dolerá?– una pregunta de un niño sin duda. Tenía un golpe de hacha en mi costado, una flecha en mi hombro y aún así pregunté si dolería. No sabía qué esperar.
–¡Oh, sí! Dolerá bastante.– dijo finalmente. Acercó su brazo y bebí su sangre, bebí tanta sangre como si fuera mi última bebida antes de morir. Sacié mi sed. Me quitó la flecha, no sentí ni cosquillas.
–Creo, que me desmayaré.– dije borracho de sangre.
–Fue un placer conocerte, Jace.– me dijo finalmente y perdí la consciencia.

La luz me pegaba fuerte en mi rostro. Estaba todo sudado, traté de levantarme y sentí húmedo el suelo, había mucha sangre a mi alrededor, no me importó realmente así que me levanté y palpé mis heridas, no tenía ni un rasguño. Sin duda, me sentía diferente, un gran ardor tolerable corría por mis venas, tenía más músculos y mis sentidos parecían mucho más agudos. Escuché un aleteo pero no había nada o nadie, a los pocos segundos, el búho apareció ante mi.

–Gracias por guiarme. Realmente no sabía que logramos hacer un vínculo.– el búho se posó en mi hombro y me hizo una caricia con su cabeza. En su pata, cargaba un pergamino.

“Jace, si lees esto, significa que Corvy te encontró. No sé cómo lo entrenaste pero supimos que era tuyo y regresaría a ti lo más rápido posible. Hemos encontrado la ciudad perdida de los Corvus, bueno, ironía pura pues lo encontramos. Kjo se encuentra ya con nosotros, ya lo regañamos por no haberte ido a buscar pero bueno. Sigue a Corvy (así lo nombré), él sabe cómo encontrarnos.

K’ise”


–Corvy, ¿eh? Me gusta.– Corvy bajó de mi hombro y me mostró un cúmulo de ceniza con su ala. Restos del último lupino, y justo encima de los restos de L’roar el arma legendaria que vine a buscar: El hueso de Lupino. La tomé, la colgué en mi espalda y empecé a juntar los restos, apilé piedras formando un pequeño altar, y justo dejé la más grande para poder escribir con la flecha que usó para casi matarme:

“Aquí yace L’roar, el último lupino que alguien jamás haya visto y último portador del legendario arco Hueso de Lupino. Me salvó la vida, regalándome su don, honraré su nombre usándolo bien. 

-Jace”


–Gracias, L’roar. Espero verte en la otra vida.– Coloqué la última piedra y marché con Corvy guiándome.


autumn owl by morho


Alam
-Lo complejo de lo simple.

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