El plátano

En un lugar muy profundo de una selva tropical, existía una comunidad de muy lindos changuitos. Como en todas las grandes familias, habitaban changuitos de todo tipo, pero siempre, existe uno muy especial; Tito, era un chango muy diferente a los demás, era más pequeño y algo delicado, incluso su color era más claro y los cristales que usaba ante sus ojos lo hacían objeto de burlas y abusos por parte de sus primos changuitos. Pero, eso no lo detenía, Tito era dueño de una de las mentes más curiosas de su familia; todo le provocaba cierta curiosidad, siempre cuestionaba todo: “¿Por qué tenemos cola, mamá? ¿Por qué nos tenemos que balancear, papá? ¿Por qué comemos sólo plátano?” Como todo changuito, Tito creció hasta llegar a la edad de un changuito adolescente. Su hambre de conocimiento creció junto a él y la imaginación jamás regresó a su estado natural.

Un día, Tito se enamoró de la changuita más dulce que pudiera tener la comunidad: Lili. Así que al pequeño se le ocurrió declararle su amor y decidió regalarle el plátano más grande, pues a Lili le encantaba mucho comerlos. Así fue que Tito puso en marcha su pequeña aventura. Primero, buscó en las selvas aledañas, los que estaban bastante cerca de su hogar. Trepó a cada uno de los árboles frutales, hasta encontrar el plátano más grande. Feliz y contento regresó con Lili, pero para su mala sorpresa, un changuito adolescente rival le regaló un plátano más grande que el de Tito. La escena lo puso triste, pero su actitud cambió en un abrir y cerrar de ojos, pues él estaba dispuesto a regalar el plátano más grande de todos.

Tito tuvo que ir a las selvas más retiradas, donde existían peligros menores. Así que agarró valor y puso marcha a dicho mar verde. Buscó y buscó, y en la palmera más alta de todas, encontró su preciado plátano gigante. Pero no sería tan sencillo conseguirlo, una víbora come changuitos lo vigilaba. Así que Tito tuvo que engañarlo, llamó primero su atención y la víbora atacó; Tito saltó de rama en rama hasta que la víbora se quedó enredada y sin poder moverse. El changuito trepó hasta alcanzar su plátano gigante y regresar con su regalo. Lili se encontraba en la rama de su hogar, pero por desgracia de Tito estaba acompañada y en sus manos tenía un plátano más grande que el de Tito. Nuevamente entristeció pero su actitud cambió y decidió aventurarse aún más en selvas desconocidas.

Esta vez, Tito viajó aún más lejos, directamente a las selvas donde habitaba por temporadas un enemigo más peligroso que la víbora come changuitos e incluso más letal que el gato manchado. Pero a Tito no le importó, y fue a aventurarse en dichas selvas. Recorrió toda la selva, evitó a los gatos manchados y burló a varias víboras, y justo en la palmera más alta encontró el tesoro deseado: el plátano más grande que cualquier changuito haya relatado. Buscó primeramente posibles amenazas, trepó y trepó hasta llegar a alto de la palmera, pero antes de agarrar su premio sintió un temblor tan fuerte que hizo que su premio cayera. Tito se agarró con todas sus extremidades para no caer, pero no fue suficiente, la palmera estaba cayendo con él trepado. Rápido, el changuito saltó y alcanzó a aferrarse al árbol vecino, ya a salvo (por el momento) miró quién había sido el causante de tanta destrucción. Vio siluetas de changuitos muy adultos y más grandes pero sin cola, se dio cuenta que traían un objeto en sus manos que les ayudaba a cortar el tronco de las palmeras y ya en el suelo recogían los plátanos. Tito alcanzó a ver su tesoro y decidido, bajó por él.

Estando en el suelo, se ocultó de los changuitos sin cola. Buscó la manera de acercarse más sin ser descubierto, se acercó de poco a poco, hasta llegar al canasto donde iban colocando los plátanos. Empezó a buscar el plátano más grande y para su sorpresa, todos los plátanos estaban del mismo tamaño. Siguió buscando, midiendo, comparando; era tal su concentración que jamás sintió que el vehículo estaba en movimiento. Se asomó y vio el mar verde pasar a una increíble velocidad; Tito empezó a preocuparse, pues no reconocía estos territorios, así que comenzó a buscar con la mirada algún indicio que pudiera indicar su ubicación pero sólo veía verde y más verde. Cuando el vehículo se detuvo y los changuitos sin cola siguieron destruyendo la selva, se bajó rápido y trepó a un árbol para ver más desde la altura. Sin duda, Tito era un changuito con suerte, pues estaba muy cerca de su hogar, distinguió el árbol donde atrapó a la víbora y casi sintió la necesidad de ir a la seguridad de su comunidad pero recordó que no llevaba regalo aún. Regresó y en lugar de escoger el plátano más grande, decidió llevarse todos. Salió disparado del vehículo y empezó a balancearse de árbol en árbol, y sin voltear atrás llegó a su hogar.

Todos los changuitos lo vieron llegar con el canasto repleto de plátanos; muchas miradas incrédulas sin duda, pero no le importó y fue directo con Lili, quien al verlo llegar con canasto tan grande se emocionó. Tito se acercó y colocó el canasto a sus pies, Lili se acercó y le dio un dulce beso de nariz.

–No era necesario tantos plátanos, pero gracias.
–Lo mejor para la changuita de mis sueños.– dijo seguro de sí Tito.
–Me preocupaste changuito, sólo estaba esperando a que llegaras con tu plátano para poder escogerte como compañero.– Sonrió tan dulce que Tito se sonrojó. Así que tomó el primer plátano que alcanzó del canasto y lo ofreció.

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Alam
-Lo complejo de lo simple.

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